Debido a la pandemia, este año el plazo del Buen Fin se amplió a doce días, del 9 al 20 de noviembre, con el propósito principal de evitar aglomeraciones y contagios, lo cual me parece muy sensato. Sin embargo, ante la situación económica actual, muchos se preguntan qué deben hacer y cómo deben actuar.
¿Se debe ser cauto y privilegiar el ahorro en tiempos de incertidumbre y no comprar nada? ¿O se deben aprovechar los descuentos y las facilidades de pago para comprar todo lo que se alcance?
Una vez me buscó una mujer desesperada. Su tragedia es que le había pegado al gordo de la lotería unos meses atrás. “¿Cómo? ¿Qué tiene eso de tragedia?”, le pregunté. Se había gastado todo en fiestas, viajes y una camioneta del año, y ahora no tenía dinero para pagar el impuesto devengado.
El concepto de ahorro es muy antiguo, data de tiempos ancestrales. Incluso aparece en referencias bíblicas, como en el Génesis, cuando mediante la interpretación de José, Dios transmite mensajes en sueños al faraón egipcio ordenando acumular granos en los años de bonanza para enfrentar los de escasez.
Ese es precisamente el espíritu de los fondos de pensiones y los sistemas de ahorro para el retiro: se aporta cuando se es productivo para poder gastarlo cuando se deje de serlo. El problema es que, en nuestro país, desde hace mucho tiempo, en el mejor de los casos las pensiones son insuficientes; en el peor, no existe tal beneficio por los altos niveles de informalidad.
En economía existe una teoría llamada del “ciclo vital” que explica los niveles de ahorro en una sociedad. En sus postulados demuestra la tendencia de los consumidores a estabilizar sus ingresos a lo largo de su vida, por eso ahorran en tiempos de riqueza para mantener su nivel de gasto cuando la fortuna se revierta.
Desgraciadamente esa teoría no aplica en ciertos grupos de edad ni en ciertas regiones. Los países asiáticos, por ejemplo, tienen muy arraigada la cultura del ahorro, mientras que Estados Unidos la del consumo. Desgraciadamente estamos más cerca de este último. Y no es que el consumo sea malo; como en todo, los excesos lo son.
Nada más llegar la quincena y se convierten en interminables las filas en los cajeros, se llenan los restaurantes y se saturan los lugares de consumo, como lo son los centros de las ciudades o los comerciales. Tal pareciera que el dinero nos quema las manos y, como la señora de la lotería, corremos a gastarlo.
Tanto el ahorro como el consumo son impulsores del crecimiento de una economía y por más paradójico que parezca, son complementarios: a mayor ahorro, menor tasa de interés y, por lo tanto, mayor consumo. Y el consumo ayuda a dinamizar la economía y abona al empleo y al crecimiento de su PIB.
Fortalecer la cultura de un ahorro suficiente y un consumo responsable es indispensable para enfrentar los ciclos económicos y aspirar a mejores niveles de vida. Así que, con las debidas precauciones sanitarias, salgamos a comprar lo que nos haga falta, pero siempre dejando un guardadito para las épocas de “vacas flacas”.