Hace algún tiempo las encuestas no eran tan apreciadas como lo son hoy y no lo eran por una razón, que puede parecer banal, pero no lo es en forma alguna: porque iban a ser importantes si, hasta hace unos 25 o 30 años, todos sabían quién iba ganar las elecciones. ¿Así es que para qué las queríamos?.
Luego, la competencia apareció y el argumento de los partidos políticos fue: estudio y encuesta para encontrar a los más competitivos, a los más populares y a los que tuvieran mayor posibilidad de llevar a su instituto político al triunfo.
Fue el momento cuando este tipo de estudios se convirtieron en pretexto para justificar decisiones, buenas o malas, digamos convenientes, para quienes administraban lo que siempre han llamado “circunstancia” y es que hasta contrataban a algunos que medianamente hubieran leído desde Maquiavelo hasta el filósofo español, José Ortega y Gasset.
Esto para que en forma sistemática, y con un supuesto método, legitimaran lo que querían en sus partidos. En fin, las encuestas lo eran todo.
Hoy, las encuestas son parte de la estrategia para posicionar, en la mente del ciudadano, un nombre y para impulsar a quienes, tal vez, no tienen currículo y experiencia suficiente para participar. Así las cosas, son -por decirlo de alguna manera- juez y parte, con los resultados para la democracia y la eficiencia en la administración pública que todos conocemos.
La búsqueda del triunfo a través de la manipulación y de una trasnochada retórica se convirtieron en el pan nuestro de cada día, y no hemos parado desde que este tipo de herramientas fueron tan útiles.
En el fondo de este escenario se esconde de manera graciosa y hasta cínica lo que realmente es el objetivo de los partidos: PERCEPCIÓN. Hoy la percepción lo es todo, el cinismo desde Marco Aurelio hasta nuestros días se revolucionó de manera extraordinaria (hasta en un palacio se puede vivir bien diría) pasando por “las puertas de la percepción” del británico, Aldous Huxley.
En lo personal, tratándose de nosotros, es decir, de nuestra época, el monumento al cinismo se sintetiza en una sola frase de Reyes Heroles: “lo que parece, es” y que nos recuerda que bastaría hacer parecer algo, para que la realidad pase a segundo término y casi, casi, que a nadie le importe.
Hoy, la terca realidad lastima a todos y desnuda el fracaso de todos los partidos políticos, recorriendo la geometría política desde la extrema izquierda hasta la muy santa y radical derecha.
Sin embargo, la realidad nos dice otra cosa todos los días, podríamos argumentar y caer en la retórica de siempre, pero mejor una pequeña lista:
PIB de menos 18.7
Pérdidas de más de 12 millones de empleos
Más de 60 mil muertos por COVID-19
Más de 55 mil muertos por violencia
61 por ciento de subejercicio en salud
10 por ciento menos producción petrolera
0.7 por ciento del PIB para impulsar las pequeñas y medianas empresas en medio de la crisis sanitaria
Mejor no sigo
En la lucha por la percepción se hacen concentraciones para hacer parecer que alguien tiene el respaldo popular, pero en los tiempos del COVID-19 valdría la pena preguntarse si las redes sociales sustituirán los mítines como generadores de percepción.
Esta es la lucha permanente por fijar ideas en el imaginario colectivo, donde los partidos tienen en la expectativa su herramienta principal y los gobiernos los resultados prometidos; sin duda, los cambios que vendrán son fundamentales y la habilidad de los partidos para adaptarse será de carácter vital, la pregunta qué tal vez sea la más importante: ¿estaremos más cerca del voto racional del ciudadano? O ¿Tal vez la emoción seguirá dominando la intención del voto?, ¿La lucha Realidad vs percepción nos tiene reservadas aún muchas sorpresas?
Voto por el triunfo avasallador de la terca realidad.
Pero lo primero debe ser: aprender a leer las encuestas, donde la resistencia al voto y el voto escondido marcan una tendencia producto de una desconfianza que no hemos podido superar. Aún en este periodo tan adelantado de una transición que parece larga, pero no lo es, por el contrario aún es temprano para no perder la esperanza.
Como decía Ernest Hemingway: solo si confiamos en alguien, sabremos que podemos confiar. Confiemos.
¡Sean felices mientras tanto!
¡Hasta la próxima!