La mayoría de las personas de todas las edades, géneros, condiciones socioculturales y económicas hemos estado viviendo bajo circunstancias muy especiales y diferentes durante los últimos dos trimestres de este 2020. Durante este tiempo, nos hemos enfrentado, al menos, a dos grandes desafíos: mantener la salud (de nosotros y de nuestras familias) y generar ingresos (para nosotros y para nuestras familias).
Si, esto es algo que ya hacíamos desde la antigua normalidad, sin embargo, en este escenario en el que las brechas social, económica y digital son más evidentes gracias a la sana distancia, las restricciones sanitarias y las consecuencias económicas de mantenernos dentro de nuestras casas, estamos ante una nueva normalidad sin precedentes.
Respecto a mantenernos sanos, ya desde la antigua normalidad todos los días tenemos información nueva en cada país, no solo sobre el COVID-19, sino sobre cualquier asunto de salud, aquí en el nuestro, también hay información científica y no científica corriendo por todos lados, en cada Entidad, incluso en cada hogar, y siendo tan variada esta información, en esta ocasión solo quiero recomendar seguir las indicaciones de seguridad sanitaria que las autoridades comparten y procurarnos lo necesario para proteger la salud, de nosotros y nuestras familias.
En cuanto a la generación de ingresos, la antigua normalidad nos hizo llegar a pensar, por ejemplo, que el desempleo era un asunto individual por el que todos (menos yo, pensábamos) podrían pasar, y debían hacerlo discretamente pues no era muy bien visto, hoy que en el mundo se han perdido más de 300 millones de empleos, estamos viendo este mismo asunto como algo preocupante. Pensábamos, también, que la economía informal (en la que se ganan la vida 6 de cada 10 personas trabajadoras) era algo pequeño que no afectaba nada ni a nadie, hasta que un día despertamos –la mayoría– sin tianguis ni garnachas, sin poder comprar estrenos antes de que estén en los cines (que tienen semanas sin abrir), con baterías para el control de la TV que cuestan un día de salario mínimo y solo las hay en los supermercados, bueno, sin flores en los cruceros para regalar a nuestras “jefecitas” el pasado 10 de mayo, así, hoy estamos alterados por la “destrucción” de los medios de subsistencia de miles (en realidad millones) de personas. Llegamos a pensar, incluso, que solamente en África o en las zonas más remotas de la Sierra más inhóspita de México, había gente que no contaba con los medios suficientes para hacer 3 comidas al día, hasta que comenzamos a verlos en la casa de junto, donde viven nuestros 10 vecinos y trabaja solo una o uno, o cuando empezamos a ver en las ventanas de los departamentos cartulinas con leyendas del tipo: “no puedo salir y ya no tengo comida”, así, nos dimos cuenta de que no solo tenemos una pandemia de #coronavirus, sino que estamos muy cerca o dentro de una pandemia de hambre.
La realidad, es que esto que pensábamos, siempre supimos que existe, pero antes optamos por dejar de preocuparnos por ello para alejar esos malos pensamientos; hoy, eso ya no es posible, nuestra desigualdad cada vez más cercana, nos impide dejar de lado el hecho de que, este virus, aun cuando no discrimina en su contagio, si lo hace en su impacto social y económico. Hoy, la antigua normalidad nos demuestra verdaderas dificultades para reducir los niveles de pobreza, de desempleo, de analfabetismo digital y de enfermedades si no entramos a una nueva (y mejor) normalidad.
Esta necesidad de cambio ha sido sorpresiva y nos está obligando a replantearnos prácticamente todos los modelos laborales y de negocios, incluso los estándares de las personas que admiramos están cambiando; nuestros nuevos héroes, eran, en la antigua normalidad, personas trabajadoras poco visibles, infravaloradas, pasaban inadvertidas casi siempre y sus empleos eran (siguen siendo) mal remunerados e inseguros, hoy gracias al personal de salud, de limpieza, cajeras de supermercados, obreros, comerciantes y operadores de transporte público y privado, es que muchas otras cosas en nuestra economía sigue –medio– funcionando.
Ya desde la escuela primaria, nos hablaban de teorías de evolución y, en su mayoría, todas coincidían en que no sobreviven las especies más fuertes o inteligentes, sino las que mejor se adaptan al cambio. Esto mismo sucede con nosotros, al final, seres vivos, y también con nuestras empresas (al final, también organismos con vida propia). De esta manera, las organizaciones y personas que puedan ser lo suficientemente resilientes y evolutivas, serán quienes logren adaptarse a los nuevos modelos económicos; sin embargo, la nueva normalidad debe ser nuestra oportunidad para evitar que los demás, los que no logren ir evolucionando al mismo ritmo, desaparezcan, pues como humanos (llenos de humanidad) no podemos volver a dejar de ocuparnos de todo eso que esta crisis nos está dejando saber, o recordando, que nos llevaría a una inminente extinción.
Al final, parece que no tendremos tantas opciones sobre nuestro futuro económico inmediato, y aun cuando quizá no sepamos exactamente de qué se tratará la #NuevaNormalidad, parece ser que estará delimitada más por condiciones invariablemente establecidas que por gustos o disposiciones propias, entonces, tenemos también grandes coyunturas para transformar esta realidad, para lo cual necesitamos algo que quizá ya hemos oído bastante en los últimos días: solidaridad, inclusión, resiliencia, humanismo y ojalá empecemos pronto a practicar. Porque después de todo, hoy, nos queda mucho más claro que, al menos en lo financiero, quienes ya lo tienen solucionado, por trabajo, herencia o cómo sea, probablemente así seguirán, pero quienes tenemos que solucionarlo día a día, podemos llegar a perder esas soluciones por un simple virus.
¿Qué podemos hacer? Es claro que para la mayoría de las personas y las organizaciones los planes han cambiado, empezar por aceptarlo, por reconocerlo y ser conscientes del terreno que pisamos, es la clave para saber que seguirá. Definir, a partir de esto, prioridades, tiempos y metas, ayudará a facilitar un tercer momento clave: adaptarnos cada vez que sea necesario.
Lograr tener un futuro en el que hayamos –por fin– logrado reparar los escenarios y las condiciones laborales, climáticas, digitales, educativas, sociales y demográficas, no solo debería ser algo inaplazable para nuestros gobiernos (que desde luego elegimos todos por acción u omisión), podría también ser nuestro compromiso personal, social, humano; de tal manera que cuando se lea en los libros de historia lo que significó la “Nueva Normalidad” de los años veinte del siglo XXI, quedarnos en casa (o no), haya valido la pena.
Como siempre, agradezco tu atención y no dudes en escribirme para saber más sobre esto o algún otro tema. mnunez@dirhmexico.com.mx
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