Hace algunos días las alertas de Banco de México se dispararon por la noticia de la circulación de una moneda alternativa en la alcaldía de Álvaro Obregón en la CDMX. Les llaman “obregones”, y existen en denominaciones de 5, 10 y 20, los cuales son intercambiables por pesos. ¿Es válida este tipo de moneda? ¿Qué implicaciones tiene para la economía?
De niño, me gustaba mucho jugar al “Turista Mundial”, ese juego de mesa en el que te podías volver millonario tirando un dado y sacando tarjetas, viajando por el planeta, comprando y vendiendo países. Al terminar la partida, con una cantidad considerable de billetitos, me preguntaba por qué no podía comprar juguetes en la tienda con ese dinero que me había ganado ardua y legítimamente. Ya de grande entendí las razones.
El dinero debe cumplir con ciertas funciones: debe servir para el intercambio, debe poder almacenar valor y debe estar expresado en unidades contables. Hasta aquí, mis billetitos del Turista cumplían cabalmente con los requisitos. Pero me faltaba su característica más importante: el respaldo.
El dinero que circula en la economía es emitido exclusivamente por el Banco Central, que tiene por ley el monopolio para hacerlo. Y el sustento lo recibe de la confianza de la gente depositada en la economía del país y sus instituciones.
El caso de Álvaro Obregón no es único. Desde hace casi una década circula en la mitad de los estados del país el “Túnim”, que en Totonaca significa “dinero”. Sus creadores, al igual que los del “Obregón”, señalan que su fin no es sustituir al peso, sino fomentar el intercambio y la economía local, evitando que la riqueza ahí generada se vaya a otros lugares.
Al no haber dinero de curso legal de por medio en esas transacciones, para efectos prácticos estamos presenciando un acto de trueque sofisticado. Ese supuesto papel moneda no es más que una especie de vales o cupones no bancables que no circulan por el flujo formal de la economía, transitando únicamente en la informalidad. Situación no deseable, pero tolerable.
El problema serio surge en las implicaciones de política económica. Las autoridades creadoras de ese medio de pago transfieren los cupones a título gratuito a los beneficiarios de sus programas sociales, quienes lo perciben como dinero real, ya que con él pueden comprar en el mercado alimentos y productos básicos.
Cuando la cantidad de dinero que circula en una economía no tiene un sustento productivo, el excedente se transforma en inflación. El Banco Central tiene una meta al respecto y en función de ella fija su Oferta Monetaria. Si aparecen competidores monetarios por ahí, inyectando sin control dinero alterno a la economía y la gente se lo creé, el riesgo de un incremento desproporcionado en el nivel de precios es alto.
No nos hagamos bolas: “Al César lo que es del César”. Pongámonos a trabajar para crear riqueza y dejemos que Banco de México imprima el dinero necesario para sustentarla.