El 16 de noviembre de 1989, el Ejército de El Salvador asesinó a seis jesuitas y a Elba y Celia Ramos, madre e hija, que trabajaban en su casa. Ya han pasado 30 años. En 1977, doce años antes, escuadrones de la muerte habían asesinado al jesuita Rutilo Grande (48).
Ese día los jesuitas Joaquín López (71), Ignacio Ellacuría (59), Segundo Monte (56), Ramón Moreno (56), Amado López (53) e Ignacio-Martín Baró (47) dormían en su casa en los terrenos de la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador, donde todos eran profesores.
De sus habitaciones fueron sacados al jardín frente a su vivienda, ahora en ese lugar están sembrados unos rosales que los recuerdan, y ahí los masacraron. También a las mujeres.
En versión del Ejército, el pensamiento de estos jesuitas hacía daño a las Fuerzas Armadas, favorecía la idea de la necesidad de cambios en la estructura social y también a la guerrilla. Por eso debían morir.
Los jesuitas de la UCA apoyaban el cambio social en un país profundamente injusto y violento. En la revista Estudios Centroamericanos (ECA), publicada por la universidad, daban a conocer su análisis. Nunca se pronunciaron a favor de la lucha armada.
El Ejército quería callar al pensamiento y toda idea crítica. Pensar era una acción subversiva. El país estaba en guerra. En esos días la guerrilla se había tomado zonas de San Salvador, la capital.
La masacre de los jesuitas fue una venganza a su derrota, a su imposibilidad de doblegar al pensamiento y aniquilar a la guerrilla. Asesinaron a los que no podían defenderse.
Se truncó su vida y con ella su tarea y muchos dejaron de recibir lo que ellos podrían haberles aportado. Los asesinados tenían muchos años por delante en su trabajo educativo y de investigación.
Su manera de entender y vivir el Evangelio, de entender y de vivir la vida religiosa, de entender y de vivir el sacerdocio fue inspiración para muchos. Abrieron caminos a seguir y espacios a explorar.
El padre Jon Sobrino, que también vivía en esa comunidad, ese día estaba fuera del país dando cursos de teología y por eso no fue asesinado. Jon, como le dicen sus amigos, sigue con su intensa producción teológica, que ha tenido impacto en toda la Iglesia.
En viajes a San Salvador, alguna vez me quedé en su casa, conocí a todos, pero no tuve un trato cercano con ellos. Con el que más me relacioné fue con el padre Ellacuría. En teología estudiamos algunos de sus textos. A nivel personal siempre los he tenido presentes.
El Salvador, la América Latina y el mundo de hoy son distintos al que vivieron estos jesuitas asesinados hace 30 años. Pese a todos sus problemas y contradicciones es una realidad mejor, pero todavía muy lejos de lo que debería ser, para que todas las personas vivan una vida digna.
Twitter: @RubenAguilar