La palabra pueblo es muy utilizada por el actual Presidente de la República. Es un concepto recurrentemente invocado para justificar sus diferentes modalidades de acción política. La referencia al pueblo es central en su discurso: lo mismo sirve para descalificar a los opositores que para legitimar sus proyectos de política pública. En su estilo personal de gobernar es el pueblo quien manda, es el pueblo que decide, es quien quita y pone gobernantes. Es una prédica que no deja de ser contradictoria porque sirve para las más diversas finalidades: mientras que por un lado afirma que el pueblo se manifestó por la decisión de suspender la construcción del nuevo aeropuerto internacional de Texcoco, a través de una consulta realizada sin garantías de objetividad, legalidad o certeza, y anuncia que el mismo método decidirá la construcción del Tren Maya a pesar de las distintas voces que se oponen a la iniciativa, tanto de las comunidades originarias como de expertos en medio ambiente quienes coinciden en que dicho proyecto arrasará con la selva y pondrá en peligro las reservas de la biósfera; por otro lado, diversos asentamientos indígenas anuncian que recurrirán ante Comisión Interamericana de Derechos Humanos para obtener medidas cautelares contra la voluntad presidencial de construir a toda costa el aeropuerto de Santa Lucía, aduciendo violaciones a sus derechos a la consulta previa, libre, informada, culturalmente adecuada y de buena fe, así como al territorio y a la autonomía para decidir sobre tal proyecto.
Pero, ¿quién representa al pueblo en las modernas sociedades? Al definir la democracia etimológica, el politólogo italiano Giovanni Sartori afirma que el término pueblo no puede usarse genéricamente dado que existen distintas interpretaciones del vocablo: como todo mundo sin distinciones; como un gran número de personas; como la clase baja o trabajadora; como una totalidad orgánica; como una parte de la población expresada a través de la mayoría absoluta; o como un sector social que se manifiesta por medio de la mayoría relativa en el proceso de toma de decisiones en una democracia. Para complicar las cosas, el filósofo de izquierda francés Alain Badiou, sostiene que el pueblo no es en sí mismo progresista y sugiere desconfiar de la palabra cuando va seguida de un adjetivo, en particular cuando se trata de definir una identidad política o una nacionalidad con expresiones tales como “comité popular”, “movimiento popular”, “tribunal popular”, “frente popular” e incluso, “democracia popular”. De otro lado, la feminista y filósofa postestructuralista norteamericana Judith Butler afirma que nunca la totalidad de las personas posibles para ser representadas por “el pueblo” aparecen todas juntas dado que el “nosotros” no representa a la totalidad del pueblo de manera equitativa y completa sino que es el comienzo de una larga declaración de necesidades y deseos.
Para comprender la definición de pueblo no se debe perder de vista, además, que el sentimiento fascista nació como una exaltación de las cualidades populares. Afirmaba que todo lo que viene del pueblo es sano y auténtico incluso cuando se presenta como una expresión del espíritu nacional. Esta forma política mantuvo siempre clara la diferencia entre ser populista y ser simplemente popular porque expresaba la distancia adecuada entre las necesidades de la masa de ciudadanos y la fuerza de quien las puede satisfacer. No todos los populismos son fascismos, pero todo fascismo es ante todo, una forma de populismo.