A nivel global, todas las ciudades son vulnerables a impactos severos provocados por conmociones y presiones de origen natural o humano. Al día de hoy, las ciudades y sus habitantes se enfrentan a más desafíos debido a los efectos de la urbanización masiva, el cambio climático y la inestabilidad política.
El concepto de resiliencia describe la habilidad de cualquier sistema urbano de mantener continuidad después de impactos o de catástrofes mientras contribuye positivamente a la adaptación y la transformación.
En este orden de ideas y aprovechando que estamos en el mes urbano promovido por ONU Habitat y a medida que avanza la innovación tecnológica, se encuentran más aplicaciones para mejorar la calidad de vida de la gente.
Por supuesto, las ciudades no se quedan fuera de esta realidad. La expresión “ciudades inteligentes” (smart cities) se refiere al uso de tecnologías de la información y comunicación, particularmente del “internet de las cosas” para mejorar los servicios brindados por una ciudad a sus habitantes.
Los ejemplos se encuentran en cualquier área: suministro de electricidad, uso del espacio público, servicio de limpieza, pronósticos meteorológicos, riesgos naturales, por mencionar sólo algunos.
Uno de los campos más interesantes para las ciudades inteligentes es el transporte (o, dicho de manera más general, la movilidad), pues es un área en la que existe el potencial de solucionar varios problemas simultáneamente. Entre ellos, la contaminación del aire, la salud pública y las finanzas públicas.
Los mejores ejemplos de transporte en Smart Cities los encontramos en San Francisco, sensores instalados en la calle contabilizan el número de espacios de estacionamiento, de manera que los automovilistas puedan ubicar a través de una plataforma (SFpark) en internet en qué calles están esos espacios disponibles. Esto representa un ahorro considerable de tiempo, gasolina y espacio público en comparación con el viejo sistema de dar vueltas hasta encontrar un lugar.
En ciudades con un transporte integrado como Londres o Berlín, basta entrar una plataforma en línea y señalar una dirección para obtener una descripción detallada de las mejores rutas para llegar, sea en transporte público, automóvil o bicicleta. Esto es posible gracias a la meticulosa recolección y distribución de información sobre cada tren, bus, calle o estación.
En Singapur, las autoridades han afinado su sistema de monitoreo a tal punto que por medio de sensores identifican cada automóvil y le cobran por su uso de las vías públicas, incluyendo cargos extra si entra al centro de la ciudad, donde se cobra más para desincentivar la congestión y la generación de emisiones contaminantes.
San Francisco, Londres, Berlín o Singapur puede parecer muy lejos de cualquier ciudad mexicana, pero en México también hay elementos propios de ciudades inteligentes.
La Ciudad de México es una de las más avanzadas en ese sentido. Su red de Metrobús (autobuses de tránsito rápido) cuenta con herramientas de monitoreo en tiempo de real de cada uno de sus buses, por lo que es posible administrar todo el sistema desde un centro de control, y con ello compartir información crucial a los usuarios. Además, la mayor parte del sistema de monitoreo de calidad del aire es automatizado, por lo que se puede saber en tiempo real cómo está la contaminación en determinadas zonas, qué tipo de contaminantes predominan y qué medidas de protección tomar al respecto.
A principios de la década, pocos hubieran creído que en la Ciudad de México o Guadalajara sería posible llamar un auto con chofer hasta tu ubicación exacta con unos pocos clics en tu celular. Todavía hoy, muchas personas no saben que es posible consultar una aplicación para saber si la estación de bicicletas públicas de la esquina está llena o dónde se encuentra la más próxima.
El futuro se está moviendo rápido, la clave está en que como ciudadanía sepamos orientar las innovaciones tecnológicas hacia nuestro bienestar.
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