Hace dos semanas leí una información que me hizo reflexionar: Univisión, la cadena de habla hispana pionera en Estados Unidos, destapó una cuantiosa deuda y sus voceros hablaron sobre una posible venta. ¿Será un caso particular de mala administración de una televisora, o un fenómeno generalizado?
Pensaba sobre el particular desde la tranquilidad de mi cuarto, el cual carece de televisor. De hecho, en nuestro hogar solo hay dos aparatos: en la sala de tele, para ver películas en familia, y en la cocina, para ver noticieros matutinos y nocturnos, o entretener con caricaturas a los niños en algún momento del día.
Esto no quiere decir que nos sean ajenos los programas televisivos. Los vemos desde las plataformas en dispositivos móviles. De hecho, mi esposa y yo disfrutamos regularmente de series y películas, principalmente las de contenido histórico o académico.
Se está quedando atrás ese sujeto pasivo e idiotizado, el “Homo Videns”, como lo llamó el politólogo y sociólogo Giovanni Sartori porque solo recibía imágenes visuales obsequiadas por la “caja negra” en detrimento de su capacidad de abstracción, para convertirse en un ser dinámico, capaz de interactuar mediante las nuevas plataformas gracias a la omnipresencia del Internet.
Antes, la televisión abierta monopolizaba el contenido. El sujeto llegaba a su casa, se arrellanaba en su sillón preferido y encendía el televisor para ver algún programa acartonado y aburrido, o la interminable e inverosímil telenovela ofrecida por la programación del momento. No había más opciones.
Ahora el contenido es infinito. No sólo está compuesto por el de las plataformas como Netflix, Amazon Prime, YouTube o Claro Video, sino por las historias, los videos y las imágenes subidos diariamente por millones de internautas en sus redes sociales, llevando a una profunda democratización del contenido.
Este rubro ha dado origen a una nueva figura mediática, los “influencers”, personas con cierta credibilidad y gran cantidad de seguidores que periódicamente suben contenidos personales o sobre ciertos temas. Son generadores de opinión y suele contratárseles con motivos publicitarios, compitiendo así con los medios de comunicación tradicionales.
Si quiere sobrevivir, la televisión abierta deberá adaptarse a los nuevos tiempos. Dada la importancia de su rol en la economía y en la democracia, a todos nos conviene su permanencia. Solo es cuestión de ser creativos, abrir la mente, encontrar nuevas oportunidades de negocio, y trabajar en la modernización de plataformas y contenidos, ya no dirigidos al “homo videns”, sino a las audiencias modernas.