No lo valoramos en su justa dimensión porque ya lo damos por descontado, pero el lenguaje es uno de los principales atributos de la humanidad. Es lo que nos diferencia primordialmente de los animales y ha sido la base de la comunicación, mediante la cual le hemos dado forma a nuestras vidas y a nuestro destino. Existe en el uso de la palabra un gran potencial muchas veces desaprovechado.
Según el Génesis, las diversas lenguas aparecen como un castigo divino al hombre para “confundir su idioma”, cuando pretendía llegar hasta el cielo y hacerse famoso construyendo la mítica Torre de Babel. Ya en el Nuevo Testamento, en Hechos de los Apóstoles, la misma Biblia retoma el tema al relatar cómo en Pentecostés, el Espíritu Santo otorga el Don de Lenguas (glosolalia) a los apóstoles para predicar el Evangelio.
Los historiadores ubican la construcción de la Torre de Babel, en Babilonia, alrededor del Siglo VI A. C. Hasta ese momento, narran las Sagradas Escrituras, existía una sola lengua en el mundo. Sin embargo, los investigadores han desmentido esa versión.
Desde tiempos ancestrales, cuando los viajeros primitivos comenzaron a salir de sus aldeas en busca de alimento, comercio y aventura, se toparon con la barrera del idioma. Según estudios paleontológicos, existía una lengua diferente cada mil o dos mil personas, dando un total de alrededor de 6,800, más o menos la misma cantidad existente en la actualidad.
A diferencia de la escritura, a las palabras se las lleva el viento. Por lo que resulta difícil datar el momento en el que nuestros ancestros comenzaron a comunicarse verbalmente. Las investigaciones más aceptadas remontan el uso del lenguaje a, cuando menos, 200 mil años. Infieren sus afirmaciones en dos hallazgos.
El primero tiene que ver con los descubrimientos de evidencia de vida social, elaboración de herramienta, generación de arte rupestre y confección de vestido, para lo cual sería indispensable la comunicación oral. El segundo, con las pruebas fósiles de mutaciones genéticas y cambios en la cavidad craneana y el tracto vocal, que habilitarían el lenguaje. Ambos hallazgos, con esa o mayor antigüedad.
El lenguaje es una herramienta y un arma. Puede usarse para construir, pero también para derruir. Y a veces no se trata de mentir o esconder un sentimiento, pero la forma de expresarlo puede marcar la diferencia.
El entendimiento mundial se fortalece ante la consolidación del inglés como la lengua universal por excelencia. Aprovechemos esta oportunidad histórica.
Seamos también responsables expresándonos con propiedad y claridad, enriqueciendo nuestro inventario de palabras y, sobre todo, pensando muy bien antes de hablar, porque como dice el dicho, “somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras”.
Enrique Martínez y Morales
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