Por: Ricardo Peralta
En el contexto actual, donde la desinformación se propaga con celeridad a través de medios tradicionales electrónicos y digitales, resulta indispensable fijar una postura firme y argumentada frente a la campaña de percepción construida para distorsionar la imagen internacional de México.
En particular, se han producido interpretaciones erróneas que buscan vincular a nuestro país con disturbios sociales recientes en ciudades como Los Ángeles, sugiriendo una supuesta injerencia o promoción de inestabilidad por parte del Estado mexicano. Tales versiones no sólo carecen de fundamento, sino que contradicen nuestra historia diplomática, jurídica y social profundamente arraigada en los principios de paz, no intervención y respeto al derecho internacional.
Esta narrativa ha sido amplificada en algunos sectores mediáticos y políticos, muchas veces desvinculada de un análisis institucional serio. En contraposición, destacan expresiones de alto nivel diplomático como la reciente visita del subsecretario Landau, quien con visión estratégica reafirmó los vínculos que unen a México y Estados Unidos, en un marco de buena vecindad, respeto mutuo y cooperación permanente.
La relación bilateral entre México y Estados Unidos es una de las más complejas, dinámicas y profundas del mundo. Estados Unidos es y seguirá siendo nuestro principal socio comercial y estratégico. Compartimos más de 3,000 kilómetros de frontera y millones de interacciones diarias que fortalecen el tejido económico, cultural y humano de ambas naciones. Nos unen vínculos históricos, políticos, sociales y económicos indisolubles, que se han construido durante generaciones sobre la base del respeto, la colaboración y la corresponsabilidad.
Más de 38 millones de personas de origen mexicano residen hoy en Estados Unidos. Muchos de ellos han hecho de esa gran nación su segunda patria, contribuyendo activamente a su economía, a sus comunidades y a su desarrollo institucional. Han respetado la ley, pagado impuestos, impulsado negocios, aportado a la educación, la ciencia, la salud y el arte. Conservan, a través de tres o incluso cuatro generaciones, la añoranza por su país de origen, manteniendo vivos los valores, la lengua y la cultura mexicana.
Estados Unidos, en su carácter patriótico, nacionalista y profundamente democrático, ha sido históricamente cuna y santuario de la migración mundial, ofreciendo oportunidades, libertades y refugio a quienes buscan una vida mejor.
En el plano interno, la oposición mexicana ha mostrado un patrón reiterado de uso político de diversas temáticas nacionales e internacionales. Lejos de responder a una lucha social auténtica, estas agendas están claramente orientadas hacia las elecciones de 2027 y 2030, utilizando el discurso del conflicto como instrumento de desgaste. Celebran crisis, siembran dudas, magnifican problemas a través de redes sociales y medios afines, sin aportar soluciones estructurales. Su juego entreguista y de oportunismo mediático contrasta con el interés nacional por preservar la estabilidad y el orden institucional.
Por el contrario, México reafirma su histórica vocación pacifista, consagrada desde los principios de su política exterior: la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica de las controversias y el respeto a la soberanía. Desde la Doctrina Estrada hasta los tratados internacionales que ha suscrito en materia de desarme y cooperación global, México ha demostrado con hechos su compromiso con la paz, la seguridad internacional y el diálogo multilateral.
A lo largo del siglo XX y XXI, nuestro país ha ofrecido refugio y asilo político a miles de perseguidos por razones ideológicas, religiosas o humanitarias: desde republicanos españoles, hasta víctimas de dictaduras sudamericanas, pasando por desplazados de Centroamérica y otras regiones en conflicto. Nuestra diplomacia no ha sido de confrontación, sino de acogida, neutralidad activa y mediación respetuosa.
México es parte de tratados fundamentales como el de Tlatelolco (1967), pionero en establecer una zona libre de armas nucleares en América Latina; la Convención sobre Armas Químicas; el Tratado sobre el Comercio de Armas (2013); y el Tratado de No Proliferación Nuclear. Como miembro fundador de la ONU, ha contribuido activamente en operaciones de paz y en mecanismos globales de cooperación contra el crimen organizado, el terrorismo y el financiamiento ilícito.
Es cierto que nuestro país enfrenta desafíos complejos en materia de seguridad y justicia. La violencia vinculada al crimen organizado, el tráfico de armas y el lavado de dinero no son fenómenos aislados, sino parte de una problemática estructural binacional que exige respuestas compartidas. Sin embargo, dichos problemas no constituyen una política de Estado, ni representan la esencia de la nación mexicana, que en todo momento ha actuado dentro del marco del derecho y el respeto a las normas internacionales.
El gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, con una visión progresista y de Estado, ha consolidado una política de seguridad integral con enfoque social, preventivo y humanista, basada en la justicia, el desarrollo económico incluyente y la cohesión institucional. Su administración continúa la tradición pacifista de México, fortaleciendo la democracia, las libertades, el Estado de Derecho y la participación ciudadana.
México no exporta violencia: exporta paz, cooperación y cultura. Hoy más que nunca, frente a escenarios de polarización y desinformación, nuestro país reitera su compromiso con un orden internacional justo, basado en la legalidad, la soberanía y el respeto mutuo. La relación con Estados Unidos es un activo estratégico que debe cuidarse con visión de Estado y responsabilidad histórica.
México pacifista no es solo una aspiración; es una política de Estado, una convicción nacional y una contribución activa a la estabilidad mundial.