Una práctica prohibida en el corazón de la Iglesia
La película Cónclave, dirigida por Edward Berger, saca a la luz una de las prácticas más condenadas en la historia del cristianismo: la simonía, un delito espiritual profundamente criticado por la Iglesia Católica. Ambientada en el proceso de elección papal, la cinta no solo dramatiza el juego de poder, sino también denuncia una forma de corrupción que ha existido desde los primeros siglos del cristianismo.
¿Qué es la simonía? El sacrilegio de vender lo sagrado
La simonía es definida como el intento deliberado de comprar o vender bienes espirituales o eclesiásticos —como sacramentos, cargos o favores religiosos— a cambio de dinero u otros beneficios temporales. El término proviene de Simón Mago, personaje bíblico que intentó comprar el poder del Espíritu Santo a los apóstoles, según los Hechos de los Apóstoles.
Este acto fue interpretado como una profanación de lo sagrado, y por ello, el nombre del mago quedó ligado para siempre a este tipo de corrupción religiosa. En esencia, la simonía convierte lo divino en mercancía, violando los principios fundamentales de la fe cristiana.
La simonía en ‘Cónclave’: votos a cambio de poder
En la película, el personaje del cardenal Tremblay es acusado de haber comprado votos y fidelidades dentro del Colegio Cardenalicio, en preparación para el cónclave papal. El descubrimiento de sus maniobras ilegítimas pone en riesgo su candidatura y desencadena un escándalo interno que evidencia la fragilidad de las estructuras eclesiásticas ante la corrupción.
El acto de Tremblay no solo constituye un delito moral, sino que representa una amenaza directa a la legitimidad del papado, al tratar de manipular el proceso de sucesión espiritual más importante de la Iglesia.
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Una práctica histórica con graves consecuencias
La simonía no es una invención moderna. Durante siglos, obispados, parroquias e indulgencias fueron vendidos al mejor postor, especialmente durante la Edad Media y el Renacimiento. Esto provocó una crisis de legitimidad dentro de la Iglesia y fue una de las razones que impulsaron la Reforma protestante.
El Derecho Canónico distingue dos formas:
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Simonía de derecho divino: la venta de sacramentos o bienes espirituales por cosas materiales.
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Simonía de derecho eclesiástico: el intercambio ilícito de beneficios ligados a lo espiritual por otros de la misma naturaleza o por favores personales.
Ambas son condenadas por la Iglesia, aunque la primera es considerada más grave.
La legislación eclesiástica actual y sus castigos
El Código de Derecho Canónico vigente sanciona severamente la simonía. El Canon 1380 establece que quien incurre en este delito puede ser castigado con suspensión o entredicho, mientras que el Canon 1381 amplía la responsabilidad a quien da o acepta recompensas para que un miembro del clero actúe indebidamente.
Estas medidas buscan proteger la integridad de los sacramentos y del liderazgo eclesiástico, evitando que se distorsionen por intereses económicos o políticos.
Más allá de la pantalla: una advertencia sobre el poder y la fe
Cónclave no solo dramatiza un caso ficticio, sino que pone el foco en una realidad latente dentro de muchas instituciones religiosas: el riesgo constante de que lo espiritual sea instrumentalizado por el poder. La simonía, como símbolo de esa corrupción, sigue siendo un recordatorio de que incluso lo sagrado puede ser profanado cuando se antepone la ambición a la fe.
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