GANAR PODER, PERDER AMOR.

A las personas que les apasiona ejercer liderazgo generalmente les acompaña una gran fascinación por tener mando, esa expresión altísima de ambición y voluntad humana que afecta y determina la realidad; “cuanto más poder ostentan más aislados estarán de todo y de todos”.

Hacerse elegir a veces sin causas y concentrarse en instruir destinos de la sociedad, les permite acumular control y disminuir la posibilidad de
saber quién les miente y quién no, está claro, ser presidente, gobernador o alcalde, les otorga el éxtasis del poder absoluto y les quita el contacto con la realidad, la peor clase de soledad que existe.

Con el tiempo nuestros mandatarios se quedan sin a donde ir pues todo el mundo les adula, les aplaude y les sonríe, todos quieren aportarles versiones encontradas, son demasiadas voces al tiempo y a ellos les aterra que les pidan, les hace desconfiar del desinteresado que les quiere dar y les agobia tanto ruido que retumba incluso cuando la noche es silenciosa.

Es un escenario sórdido donde entendemos que la ejecución de cualquier gobierno es complejísima: “Al que no tiene un destino cualquier camino le sirve”, así las cosas, la política ha quedado en manos de personas que lo tienen todo y al final del día no tienen nada.

Triste pero real: la política ejercida para buscar poder utiliza el disfraz del amor, pero esto nada tiene que ver con su conquista y así las cosas, gobernar se aparta de preceptos filosóficos, económicos, sociales o religiosos, nos lleva al riesgoso y tenebroso escenario del azar y la improvisación.

Ganan poder y pierden amor, se les olvida cuan importante es el ciudadano, el elector, ese que es más influyente que ellos mismos… “Mientras el zalamero limpia el camino del gobernante le dice al votante, – venga después que estamos ocupados -.

De camino al éxito muchas veces el amor se nos va de las manos, la frialdad del poder desvanece el calor del corazón.

Por: FREDDY SERRANO DÍAZ
Estratega Político