Nearshoring: ¿víctima colateral de la guerra arancelaria?

Por Jesús Franco

Donald Trump ha sido claro: no cederá en absoluto con su guerra arancelaria. “Nos han timado durante años y no nos van a timar más”. Poco le ha importado la volatilidad de las bolsas, no solo en Estados Unidos, sino en el mundo entero.

Ante esta actitud de guerra comercial adoptada por Trump, la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, también ha sido firme en su postura: no a la guerra arancelaria, sí al diálogo y el entendimiento. Con cifras en mano, la mandataria mexicana ha dado instrucciones precisas a los encargados de la política comercial exterior de hacer entrar en razón al equipo de Trump.

También, en materia de seguridad el Gobierno Federal ha duplicado esfuerzos para disminuir el tráfico de fentanilo hacia la Unión Americana.

Sin embargo, hoy más que nunca es necesario hablar de una dinámica pospandemia que ha ganado popularidad y relevancia: el nearshoring, esa estrategia que utilizan las empresas para transferir parte de su producción a países que ofrezcan cercanía con consumidores finales, incentivos fiscales o mano de obra más barata. El caso de México suena familiar.

De entrada, el T-MEC, sucesor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, renegociado y firmado en 2018, permitía que los automóviles permanezcan libres de aranceles, siempre y cuando los componentes se produzcan en cualquiera de sus tres países firmantes: México, Canadá y Estados Unidos.

Sin embargo, con el arancel impuesto, por parte de Estados Unidos, al aluminio y al acero del 25% que entró en vigor el 12 de marzo, aumentaría inevitablemente el costo para los fabricantes estadounidenses de automóviles, lo que se traduciría en un impacto al consumidor. Ante esto, hay incertidumbre sobre si los fabricantes decidirán irse al país donde más los requieren o aguantar la carga arancelaria. Pero la incertidumbre mayor será si el 2 de abril los aranceles a automóviles, como ya lo ha amenazado Trump, entran en vigor. Al menos ante México y Canadá se estaría violando el T-MEC.

De igual forma, los aranceles podrían aumentar los costos para las empresas con operaciones en México. El resultado: ya no serían competitivas. Incluso, México dejaría de ser un sitio geográfico atractivo tomando en cuenta que relocalizar a una empresa (de su lugar de origen) conlleva gastos significativos. O lo que podría traducirse como la muerte anunciada del nearshoring.

Además de la incertidumbre económica que representa la guerra arancelaria desatada por Trump, que México ha decidido enfrentar, palabras del Secretario de Economía, “con cabeza fría”. Al parecer la estrategia, al momento de estas líneas, ha funcionado.

Fitch Ratings ha definido el embate arancelario como una incertidumbre que ya ha dañado la confianza empresarial “y amenaza con echar por tierra las esperanzas de México de realizar un nearshoring estructural, que Fitch había considerado anteriormente como un viento de cola para las empresas durante varios años”.

Ya se habla de que México está en una inminente recesión técnica. También de la eterna necesidad e invertir hacia adentro y comenzar a construir una economía circular y sostenible. Mientras eso sucede, miles de empleos están en riesgo. No solo presentes, sino también futuros.

Si los aranceles llegan será inminente que las empresas extranjeras dejarán de invertir y llegar a México. Ese boom pospandémico llegará a su fin y pondrá contra las cuerdas a miles de trabajadores calificados que buscaban un lugar en alguna firma extranjera con residencia en México.