El cielo de la selva: la urgencia de preservar la vida cuando la vida es insostenible
Muerte a cambio de vida. Al fin y al cabo, ¿no se reduce todo a eso? Un pago, un sacrificio.
-Crish T. Nash
“Muerte a cabio de vida” parece un encuentro poco afortunado de dos términos contradictorios, sin embargo, esta es la premisa que plantea Elaine Vilar Madruga en El cielo de la selva (2024). La novela surge de una pregunta fundamental: ¿qué estás dispuesto a hacer para sostener la vida? Se trata de una pregunta a la que los personajes se enfrentan en un contexto donde la vida es insostenible, donde el cuidado de la vida requiere de un esfuerzo mayúsculo, donde sostener la vida demanda un sacrificio.
Argumento
Una vieja huye de su ciudad natal con su hija en brazos: el objetivo, escapar de la violencia militar y delictiva que aqueja a su lugar de origen. En su búsqueda de refugio, la vieja encuentra una hacienda abandonada en medio de la selva, donde se establece. La selva pareece ofrecer una benebolecia mística. En la hacienda aparecen gallinas, cerdos, y demás menesteres para que la vieja y su hija se sotengan. De vez en vez, aparece también un forastero; algunos se quedan y otros se van. Pasan los años y la vieja da a luz a una hija más, y una de las mujeres a las que la selva condujó a la hacienda como a los forasteros que de vez en vez se aparecían, se queda con la vieja y la ayuda en la labor de cuidar a las niñas. Y es de esa mujer traida de la selva que la vieja conoce la sentencia: “la selva es bernevolente al principio, pero después exige un sacrificio”.
Se devela que la benevolencia de la selva es proporcional a su hambre. Por cada cosa que la selva da, devora otra. Para exixtir en el lecho de la selva hay que sacrificar algo. Para que algo viva, tiene que morir otra cosa.
La selva como un Dios que se come a sus hijos
La selva se presenta como el Dios que provee, pero que exige algo a cambio. Una dinámica que recuerda al mito de Saturno devorando a sus hijos: la selva da, pero también devora. No se puede vivir en ella sin entregar algo de vuelta, sin aceptar que su generosidad está mediada por una violencia inminente.
A medida que la historia avanza, los personajes enfrentan esta verdad inexorable. La selva no perdona a quien la habita sin respeto ni a quien se rehúsa a pagar su tributo. En este contexto, el sacrificio deja de ser una opción y se convierte en una necesidad: se trata de elegir qué se pierde para que algo más pueda mantenerse en pie.
La fragilidad de la existencia y el dilema de la supervivencia
El cielo de la selva no es solo una historia sobre la relación de los humanos con la naturaleza, sino una meditación sobre la fragilidad de la existencia misma. Nos enfrenta a la crudeza de un mundo donde la supervivencia no está garantizada y donde cada acto de persistencia requiere un costo. La novela obliga a cuestionarnos sobre nuestras propias negociaciones con el entorno y los sacrificios que hacemos, consciente o inconscientemente, para sostener nuestra propia vida.
Elaine Vilar Madruga logra construir un relato que, bajo la apariencia de un realismo mágico, es en realidad una exploración profunda sobre las tensiones entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación. El cielo de la selva no solo cuenta una historia, sino que nos confronta con una pregunta incómoda: ¿qué estamos dispuestos a perder para seguir existiendo?
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