Por Gildardo López
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y el inicio de la administración de Claudia Sheinbaum en México inauguran una etapa que no será simplemente una continuación de lo que ya hemos visto, sino un parteaguas que definirá el rumbo político y económico de México en los próximos años. Esta vez, no se trata solo de tensiones migratorias o comerciales; estamos frente a un ajedrez geopolítico donde cada movimiento repercutirá en la estabilidad interna del país. Y en este tablero, China, Canadá y las dinámicas internas jugarán papeles cruciales.
Un Trump más impredecible, un Sheinbaum más expuesta
Trump regresa con el doble de confianza y menos frenos que en su primera presidencia. Sus discursos han retomado el tono agresivo que tantos votos le dieron: ataques a la migración, presiones comerciales y un renovado esfuerzo por limitar la influencia de China en América Latina. Para México, esto no significa solo tensiones diplomáticas, sino un impacto directo en cómo Sheinbaum manejará la relación más importante del país.
A diferencia de López Obrador, que supo navegar las aguas con Trump usando una combinación de pragmatismo y nacionalismo, Sheinbaum llega con menos capital político en este frente. Cualquier concesión que haga, ya sea en migración o en comercio, será utilizada por sus opositores para cuestionar su liderazgo. En términos internos, esto podría alimentar una narrativa polarizante que desvíe el enfoque de los temas prioritarios de su agenda.
China: Un comodín peligroso
China no es solo un jugador económico; es el elefante en la sala. La creciente presencia del gigante asiático en sectores clave de México, como infraestructura y tecnología, no solo ofrece oportunidades para diversificar la economía, sino también riesgos geopolíticos. Trump ya ha dejado claro que no tolerará que sus vecinos se acerquen demasiado a Beijing, y este pulso podría empujar a México a una posición incómoda: alinearse completamente con Estados Unidos o intentar un difícil equilibrio que le permita mantener su soberanía económica.
Para la política interior, este dilema no es menor. Si México sucumbe a la presión estadounidense, el gobierno enfrentará críticas por su incapacidad de diversificar los mercados. Por otro lado, si apuesta demasiado fuerte por China, podría desatar tensiones comerciales con su principal socio, arriesgando empleos y sectores clave, como el automotriz o el agroindustrial.
Canadá: ¿Aliado silencioso o actor secundario?
Canadá podría ser un aliado estratégico en este contexto, pero no es una solución mágica. Si bien Trudeau (o su sucesor, dependiendo del futuro político canadiense) podría actuar como mediador, el peso de Ottawa en las negociaciones trilaterales del T-MEC es limitado. México deberá decidir si busca fortalecer esta alianza para contrarrestar las presiones de Trump o si prioriza una relación directa con Washington, lo que podría dejar a Canadá en un papel secundario.
El impacto en la política y economía mexicanas
La relación con Estados Unidos, en este nuevo contexto, no será solo un asunto de diplomacia; será el eje que moldeará la política interior y la economía mexicana. En términos políticos, la oposición ya afila los cuchillos. Los partidos que buscan debilitar a Sheinbaum no dudarán en usar cualquier señal de subordinación a Trump para reforzar una narrativa de debilidad o falta de visión. Este discurso podría polarizar aún más al país y limitar el margen de maniobra del gobierno en temas clave como seguridad, educación y salud.
Económicamente, el escenario es igual de desafiante. Las posibles tensiones comerciales con Estados Unidos pondrán en riesgo sectores estratégicos, obligando a México a buscar diversificación en un momento en que el margen de error es mínimo. La apuesta por China podría ser un salvavidas, pero también un lastre si Trump decide imponer sanciones o restringir el comercio con países que mantengan lazos cercanos con Beijing.
Además, la migración seguirá siendo un tema central, pero esta vez con implicaciones directas para la economía mexicana. Si Trump refuerza su postura de que México debe actuar como su “muro” migratorio, el costo social y político será enorme. Por otro lado, el incremento en deportaciones podría saturar el mercado laboral mexicano, aumentando la presión sobre un gobierno que ya enfrenta retos económicos significativos.
Una oportunidad entre los escombros
Este nuevo capítulo en la relación México-Estados Unidos es un reto colosal, pero también una oportunidad única para que México redefina su papel en el escenario global. Sheinbaum tiene la posibilidad de mostrar que puede manejar una política exterior compleja sin comprometer la estabilidad interna. Sin embargo, esto requerirá una estrategia que vaya más allá de reaccionar a Trump. Necesita construir alianzas estratégicas, diversificar la economía sin antagonizar a Estados Unidos y, sobre todo, mantener un discurso de unidad interna frente a los inevitables ataques de la oposición.
En el fondo, este momento será un reflejo de cómo México enfrenta los desafíos del siglo XXI: como un país reactivo que sigue las reglas de sus vecinos más poderosos, o como un actor soberano que entiende su lugar en el mundo y actúa en consecuencia. Sheinbaum y su equipo tienen la responsabilidad de escribir esa historia. ¿Estarán a la altura? Solo el tiempo lo dirá.