Día de Muertos
Los orígenes de la tradición mexicana son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma, concepción que les impidió entender el que los indígenas atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al morir un destino diferente.
En México, las culturas indígenas concebían a la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, lo que hacía que la muerte conviviera en todas las manifestaciones de su cultura. Que su símbolo o glifo apareciera por doquier, que se le invocara en todo momento y que se representara en una sola figura, es lo que ha hecho que su celebración siga viva en el tiempo.
Una de las principales características de la tradición mexicana es altar de muertos. En sus orígenes el punto central del culto a los muertos fue la creencia de que las almas de los difuntos regresan del inframundo.
En las celebraciones indígenas acostumbraban colocar altares con ofrendas para recordar a los muertos, en donde se llegaban a ofrendar a los dioses las cabezas de los cautivos sacrificados. Estos altares, denominados tzompantli, consistían en hileras de cráneos ensartados por perforaciones hechas en los parietales, los cuales simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Los españoles en un intento de convertir a los antiguos mexicanos, hicieron coincidir la fiesta de los muertos de los indígenas con las celebraciones católicas del Día de todos los Santos y los Fieles Difuntos. En la actualidad, la celebración del Día de Muertos en México es el resultado del sincretismo religioso de estas dos culturas.
La celebración, por lo general, se lleva a cabo a finales de octubre (del 25 al 30) y principios de noviembre (del 1 al 3). La fecha de inicio de estas celebraciones varía según las tradiciones o costumbres de cada región del país.
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