Por Laura Garza
Nos llegó octubre y un aniversario más para conmemorar la matanza estudiantil de Tlatelolco de aquél 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México.
Un crimen de Estado que se sigue recordando con una concentración liderada por estudiantes universitarios, principalmente, activistas, organizaciones civiles y algunos sobrevivientes o familiares de quienes perdieron la vida en la represión de Plaza de las Tres Culturas.
Lamentablemente cada año, el nivel de violencia va en aumento. Quizá de diez años para acá, los actos vandálicos han ido afectando a más negocios y han puesto en riesgo a más personas, incluidos los periodistas.
Llegar al 2 de octubre y saber que formarás parte de la cobertura, es saber que se debe contar con equipo de protección. Por suerte los medios de comunicación fueron entendiendo la importancia de cubrir a sus periodistas y fotoperiodistas.
Las piedras y los artefactos incendiarios son lanzados sin distinción; algunos de ellos han herido a varios fotoperiodistas en otras ocasiones.
Una concentración que inicia de manera pacífica en la Plaza de las Tres Culturas, con la voz de hombres y mujeres que lanzan consignas, que llevan pancartas, y que caminan pausadamente para llegar al Zócalo de la Ciudad de México.
Pero cuando se llega al Eje Central el vandalismo comienza, y las paredes comienzan a grafitearse. Nadie se les interpone, tienen camino abierto para pintar el bajo puente.
Después del mensaje de los organizadores a las afueras del Palacio Nacional, es cuando el famoso “Bloque Negro” aparece y comienzan las agresiones más directas.
Encuentran el objetivo y se concentran en él. Primero la Catedral, después el Palacio Postal, después el Palacio de Gobierno de la Ciudad de México.
Cohetones, piedras, gases y mucho ardor.
La otra parte de la marcha son los policías, los granaderos que ya no son llamados así pero que lo siguen siendo. Los que aparecen con escudos para protegerse y proteger lo que puedan.
La foto de Daniel Becerril para Reuters es la muestra perfecta de los rostros del otro lado de una marcha como esta.
Los que se la juegan por una orden profesional, por su compromiso de proteger, y por que “hay que hacerlo”.
¿Quién en su sano juicio pondría el cuerpo para defender a un edificio? Por ejemplo.
Uno pensaría que solo se protege a la gente, pero no. La orden también es salvaguardar edificios históricos y gubernamentales que lamentablemente son el medio catalizador de odio, represión y resentimiento.
La justicia que se cobra a manos libres, a patadas ilimitadas, a la fuerza desmedida de quien se va directo hacia hombres y mujeres detrás de los escudos que dicen POLICÍA.
La imagen muestra a un joven pateando al escudo de uno de los policías, y la manera en que todos se retraen y se protegen. Un 2×1, la fachada y ellos.
Pero si puede, le invito a que haga zoom y pueda observar a su izquierda el rostro de un policía que se encuentre en cuclillas, o un poco más al centro en la parte de arriba, unas manos sosteniendo su única protección.
Ellos también son la otra cara, los que aguantan, los que salen golpeados, con vidrios enterrados, quemados y otros más heridos.
Ayer fueron más de 8 mil asistentes, que dejaron supuestamente a solo tres policías lesionados frente a los disturbios provocados por el famoso “Bloque Negro”.
Esta foto tiene más a un culpable de generar violencia, que a un grupo de policías reprimiendo o rechazando con más violencia.
Esos allí atrás son los rostros escondidos de cada 68.
Ojo, hablo de estos, de los que vemos en la foto, porque los de hace 56 años es otra historia.