“Veinte años después, regreso a clase… y sí, todavía hago preguntas incómodas”.
A veinte años después de mi graduación de Licenciatura, me encuentro de nuevo en un aula, pero esta vez con una mochila llena de experiencias y una libreta vacía, lista para aprender otra vez como alumna. Les cuento, ingresé a la Maestría en Dirección de Mercadotecnia e Innovación en Industrias Creativas en la UANL y, créanme, no sabía cuánto me iba a remover estar aquí. Somos un grupo pequeño de 12, con edades que van desde los 20 hasta los 43 años, y la diversidad de opiniones es tan rica como confusa a veces. Es como una especie de torbellino de ideas que, si no fuera porque llevo años practicando cómo poner cara de “poker”, creo que ya me habrían descubierto tratando de descifrar qué significa el último término que soltaron los más chavos.
En serio, el lenguaje que utilizan es un reto diario. Yo, que he dedicado tanto tiempo a construir palabras y mensajes, me encuentro aquí preguntándome: “¿Eso es una nueva palabra de moda, o de qué estamos hablando?” (Ríanse, pero no es broma). Cada clase es una lección, y no solo del contenido académico, sino también de cómo adaptarme a un entorno donde ya no soy la experta, sino la que levanta la mano con cara de “me repites eso, por favor”. Y eso, estimados, es un golpe directo al ego. Porque de ser la que dirigía y guiaba, ahora me encuentro en el asiento opuesto, con esa mezcla de curiosidad y duda, justo como cuando era niña.
Lo más divertido es que, aunque los años han pasado, mi actitud dentro del aula sigue siendo la misma. Soy la que siempre tiene una pregunta, la que no se conforma con las respuestas simples.
A veces, me descubro a mí misma levantando la mano como si tuviera 10 años, solo para darme cuenta de que, en efecto, aún no he dejado de cuestionar todo. Eso sí, con algunos comentarios sarcásticos de por medio que, si bien no siempre hacen reír al grupo, al menos me ayudan a sobrellevar el proceso. Pero más allá de todo, esta experiencia me ha recordado lo importante que es renovarse. Dejar de lado las zonas de confort, donde nos sentimos cómodos y seguros, para aventurarnos a esos lugares donde no somos los expertos, donde ser vulnerables es la norma. Y es ahí, en esa vulnerabilidad, donde más crecemos. Así que aquí estoy, como alumna otra vez, dispuesta a seguir aprendiendo, riéndome de los tropiezos y abrazando el proceso de reinventarme.
Porque al final, la vida es un constante aprendizaje, y el verdadero reto está en no perder nunca esa curiosidad que nos empuja a buscar más. Esta experiencia me ha recordado lo importante que es salir de la zona de confort, a enfrentar nuevos desafíos, y sobre todo, a aceptar que siempre hay algo nuevo por descubrir. Lo más valioso es entender que, aunque el camino puede ser incómodo, es ahí donde más crecemos. Así que este es solo el comienzo. Seguiré haciéndolos testigos de mi proceso de aprendizaje, de cada pequeño triunfo y de cada lección que me sorprenda en el camino. Y, por supuesto, seguiré compartiendo con ustedes todo aquello que nos inspire, que nos rete y que nos haga crecer juntos. Porque en este viaje, cada paso cuenta, y lo más emocionante es que aún nos queda mucho por descubrir.
¡Sigamos aprendiendo y creciendo, siempre!”
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