Fernando Belaunzarán
No habrá parto sin dolor. Consiguieron la hegemonía que buscaban, pero tendrán que lidiar con una situación del país mucho más desfavorable que la de hace seis años. La elección de Estado se financió en la borrachera y lo que viene es la cruda que, por cierto, parecen empeñados en hacerla más insufrible. De por sí tienen muchos fierros en la lumbre y menos gobernabilidad de la que se supondría por la cantidad de cargos que ostentan, pero el Presidente quiere dar pasos definitivos en el cambio de régimen antes de irse, desentendiéndose de las consecuencias, al fin que será su sucesora la que lidie con la tormenta.
El próximo gobierno no tendrá ahorros para enfrentar contingencias financieras, el que termina se los comió todos, además de infinidad de fideicomisos y hasta un cacho de las afores, para mantener el nivel de gasto, el cual en gran medida está comprometido. Dicen que van a bajar a la mitad el déficit fiscal que se disparó en el año electoral, lo que no se ve fácil, y tendrán que hacerse cargo del aumento de 55% de la deuda. Por si eso fuera poco, hay desaceleración económica al final de un sexenio en el que el crecimiento quedará, según las últimas proyecciones, en apenas 0.8% promedio anual.
Por eso se entiende que la candidata electa hable de aprovechar el nearshoring, es la tabla de salvación que necesita para atajar los riesgos de colapso en las finanzas públicas. Sin embargo, el empecinamiento con las contrarreformas autoritarias del plan C espanta las inversiones, al grado de poner en riesgo el T-MEC, porque ahí está estipulada la independencia judicial y la existencia de contrapesos y controles que dan certeza jurídica. Las alertas se han multiplicado, pero todas han sido ignoradas.
La discrecionalidad y opacidad en el ejercicio del poder no genera confianza y, menos aún cuando se tiene una retórica justiciera, cargada de ideología que estigmatiza empresarios y capitales extranjeros, así sea sólo fachada para alimentar la demagógica propaganda de la transformación. Da miedo pensar de dónde van a rascar para conseguir dinero en tiempos de vacas flacas, porque cuando hay contracción económica se dificulta una reforma fiscal.
Priorizar las transferencias en efectivo fue muy eficaz electoralmente, pero descuidó responsabilidades, funciones y servicios públicos esenciales. Hay graves rezagos en salud, educación, transporte, carreteras, electricidad, agua y drenaje que difícilmente serán atendidos adecuadamente si no mejora la economía y, por lo mismo, es previsible que continúe su degradación, generando molestia y tensiones en una sociedad que ha aprendido que, para ser escuchada, debe cerrar vías de comunicación.
Pero primero es el poder y luego todo lo demás. Con la complicidad de las autoridades electorales se sobrerrepresentaron hasta volver marginales y testimoniales a las oposiciones, aun en lugares donde las votaciones fueron competidas, como es el caso de la CDMX. Con esa fuerza piensan eliminar cualquier resistencia legal e institucional a su voluntad, garantizar estructuralmente su hegemonía y gobernar en solitario, imponiendo un nuevo régimen a su medida. Sin embargo, al volver irrelevante a la disidencia en el Congreso, no dejan otro lugar para tratar de contener la prepotente voracidad del oficialismo que tomar las calles.
Por lo pronto, la reforma judicial ya provocó un inédito paro de trabajadores, jueces y magistrados, así como un proteico movimiento estudiantil que puede crecer y extenderse. Su imposición no sólo agudizará el agravio hacia los inconformes, provocará caos, debilitará aún más el endeble Estado de derecho, someterá y politizará la justicia, aumentará la incertidumbre y le abrirá la puerta al crimen organizado.
La aprobación del plan C será el fin de la breve democracia mexicana y el retorno al hiperpresidencialismo autoritario y omnipotente, aunque en un régimen distinto al del siglo pasado por varias razones: polarización ideológica, militarización exacerbada, desprecio a las instituciones y empoderamiento de los cárteles. Lo impondrán en condiciones adversas, sin consensos, rebasados por los problemas y sin medir los efectos. No hay buenos augurios para nadie.