La Constitución putativa

Por: José Elías Romero Apis

México tiene uno de los más amplios catálogos de garantías constitucionales, pero sin control de constitucionalidad, el gobernado queda al capricho del gobernante. Cuando el control constitucional se contamina de poder político ocurre una metástasis que he llamado lexoma o cáncer en el sistema de justicia.

El más importante de todos los derechos es el derecho a defender nuestros derechos. Cuando se pierde ese derecho, se han perdido todos los demás. Ello puede ocurrir por obstáculo adjetivo y procedimental o por impedimento orgánico y competencial.

México tiene uno de los más amplios catálogos de garantías constitucionales, pero sin control de constitucionalidad, el gobernado queda al capricho del gobernante. Cuando el control constitucional se contamina de poder político ocurre una metástasis que he llamado lexoma o cáncer en el sistema de justicia.

La política se parece al póker. No se sabe si los jugadores se conducen con verdad o con mentira. Eso permite que alguien muy mal equipado, con tan sólo un modestísimo par de doses, pueda vencer a un poderosísimo póker.

Los jugadores de póker y los de política tienen varias ayudas, como son la astucia, la estrategia, la mentira, la simulación, la valentía, la templanza y la prudencia. Y tienen varias adversidades, como son la ambición, la soberbia, la necesidad, la opulencia, el miedo, la intoxicación y el enojo. Y, desde luego, para ambos, la suerte, que juega para uno o para otro lado.

Hoy, muchos nos sentimos muy confundidos. El actual Presidente no es el único que nos ha costado trabajo entender. Las confusiones comenzaron con Ernesto Zedillo y con Vicente Fox. Algunas de las decisiones de Felipe Calderón y de Enrique Peña tampoco las entendimos. Estamos como tratando de leer un libro escrito en sánscrito y codificado en braille. No porque esa lengua y ese código sean ilógicos, sino porque ambos nos resultan desconocidos.

Tan sólo como ejemplo se puede mencionar la propuesta de reforma constitucional de los tribunales. A muchos nos queda en claro que no sirve para nada. En lo personal, así lo he expresado con franqueza transparente y con desinterés personal. Dos datos me tranquilizan respecto a mi cordura, respecto a mi disenso con la reforma. El primero es que casi la totalidad de los abogados especializados y la totalidad de los países civilizados coinciden con la que es mi posición o yo coincido con la que es su postura. El otro es que quienes la defienden no han expresado una sola razón sensata. Tan sólo afirman algo tan irracional como que “la justicia está podrida” o que “todo sea para el bien del pueblo”.

He escuchado a muchos talentosos que tienen que volver a explicarles que la Tierra gira y viaja. Recién escuché a Juan Silva Meza, siempre inteligente y siempre valiente. Así que el consenso por un lado y la sinrazón por el otro me comprueban que la reforma es pésima. No son dos respetables argumentos contrapuestos, sino una razón versus una sinrazón. Hegel y Platón han muerto.

Pero, entonces, ¿qué es lo que quiere su autor? Es inteligente y sabe muy bien que nada bueno le generará. Luego, entonces, no es la ambición. Sólo quedan los otros motivos de una mala jugada. Quizá el enojo o el rencor. Acaso la soberbia o la vanidad. Incluso, tal vez, el miedo a algo o la fobia a alguien.

Pero, como dijo un clásico, en la política no hay engaños, sino tan sólo engañados. No hay desilusiones, sino tan sólo desilusionados. Y no hay sorpresas, sino tan sólo sorprendidos. En estos tiempos, ya los gobiernos mienten mucho, pero engañan poco. Ellos ya son muy torpes y los ciudadanos ya son muy astutos. Así que, ¿para qué lo adivinamos si lo vamos a saber? ¿Para qué se lo pedimos si nos lo van a dar? ¿Y para qué se lo preguntamos si nos lo van a decir?

Por eso, ya no adivinemos si ya lo sabemos. Ya no les pidamos si ya nos lo dieron. Y ya no les preguntemos si ya nos lo dijeron. Ya todos sabemos que, cuando se tiene una democracia al servicio de la autocracia, tan sólo se tiene una democracia falsaria. Cuando se tiene una república sin soberanía popular tan sólo se tiene una república farsanteada. Y cuando se tiene una constitución sin tribunal que la defienda, tan sólo se tiene una constitución putativa.

Vía Excelsiór