Meses después de cualquier elección o inicio de gobierno, el comezón se apodera del elector, ese que ilusionado espera que ocurra algo pero nada pasa, no cabe duda, el caos se apodera de lo público que opera a través de un sistema hecho para que nada funcione.
Con el paso de los días todo se vuelve turbulento, como un remolino sin control donde “expertos” crean un procedimiento, luego una plataforma y así un negocio por lo general traumático y lento.
El cumplimiento de lo técnico generalmente distante de la vida real, representa el miedo a las equivocaciones del pasado, el temor a explorar lo desconocido y la ansiedad por un resultado esperado que casi nunca se da.
Sumemos a la responsabilidad del tecnisismo poco práctico que siempre habrá imprevistos: desastres naturales, conflictos sociales o políticos, problemas económicos y comportamientos humanos inesperados; las consecuencias impactan a la población de forma significativa, generando estrés, ansiedad y retraso.
Para muchos nos resulta inexplicable tan amplia diversidad de funciones y necesidades de cada área gubernamental y que contrastan con la evolución tecnológica y la descentralización de servicios, si bien el objetivo es cubrir la gestión de datos, prestación de servicios o el seguimiento de procesos internos, es evidente la distancia con un ciudadano que quiere hechos y no anuncios.
En fin, estamos lejos del objetivo: optimizar la efectividad del estado, evitar redundancias y garantizar una gestión más ágil y transparente, todo es tan complejo que preparamos licitaciones públicas en verano y las adjudicamos en invierno, cuando por el clima ya no se pueden hacer las obras.
Suele suceder que terminan las elecciones, se eligen dignatarios y tras un año de excusas y pretextos, ni siquiera las decisiones improvisadas se cumplen.
Por FREDDY SERRANO DÍAZ
Estratega Político