La democracia simulada

Triunfos de la alianza opositora en algunas alcaldías ayudan a entender qué pasó

Fernando Belaunzarán

El estupor se explica por la anomalía. No hay relación entre los resultados de gobierno y los resultados electorales. Los ciudadanos votaron en su mayoría por la continuidad de una administración con el menor crecimiento económico en cuatro décadas y la mayor violencia homicida desde que se tiene registro, por no hablar del drama de los desaparecidos, la zozobra de poblaciones enteras sometidas a la expoliación del crimen, la degradación del sistema de salud, la desastrosa gestión de la pandemia, el desabasto de medicamentos, el rezago educativo, el despilfarro en megaobras de cuestionable utilidad, el irreparable daño ecológico del Tren Maya, los escándalos de corrupción, la restauración autoritaria, etcétera.

De súbito, el electorado que, de manera creciente, optaba por la alternancia como forma de exigencia y rendición de cuentas, viró hacia la más indolente indulgencia respecto al partido en el gobierno. Esto no sólo se verificó en la elección federal, entidades como CDMX, Veracruz y Morelos son paradigmáticas del fenómeno: gobernadores mal evaluados, candidatas oficiales débiles y cuestionadas, abanderados opositores con prestigio, arraigo y respaldo social que concitaron una amplia unidad; ni con todo eso se logró el cambio.

En 2021, la oposición tuvo 200 mil votos más que el oficialismo en la capital y, no obstante que las cosas desde entonces no mejoraron, al contrario, siguió el deterioro en prácticamente todos los servicios y de manera notable en el Metro, el agua y la luz, ganaron los que gobiernan. Los triunfos de la alianza opositora en algunas alcaldías tienen mucho mérito y ayudan a entender qué pasó.

La democracia electoral es competencia y, por lo mismo, debe haber condiciones de equidad para que sea auténtica. La Constitución las establece, pero ha sido letra muerta durante el sexenio. La intervención cotidiana del Presidente en el proceso es la parte pública y estridente de la elección de Estado; sin embargo, la operación silenciosa y quirúrgica tuvo mayor repercusión. Las transferencias en efectivo, acompañadas por el proselitismo sistemático del ejército de servidores de la nación, fue decisivo. Más de 25 millones de familias reciben al menos un programa social y quienes los pusieron en el padrón convencieron a la gran mayoría de beneficiarios que ese ingreso dependía del resultado o de plano los coaccionaron con el apoyo. Sumen la cartera abierta para comprar votos donde se pueda, tal y como se atestiguó en muy diversas partes del país, y la operación del crimen en buena parte de las 1,700 casillas zapato que están impugnadas. ¿Cómo competir contra todo eso?

Recordemos que, después de la elección intermedia, Gabriel García fue removido de la dirección de los superdelegados de la Secretaría de Bienestar para que los coordinaran directamente desde la Presidencia. De hecho, desde el inicio del mandato, la preocupación principal ha sido, antes que gobernar, ganar elecciones sin dudar en usar instituciones y recursos públicos, descuidando responsabilidades de gobierno.

Para apuntalar al partido oficial se hicieron de todo el dinero disponible, tomando ahorros, fideicomisos y hasta afores, acrecentando el déficit fiscal y recurriendo a deuda. Es verdad que la próxima administración no tendrá las mismas condiciones para tirar la casa por la ventana, pero en cambio buscan apoderarse de la Corte y de los órganos electorales para garantizar su permanencia en el poder, decidiendo qué es legal y organizando a su favor los comicios, lo que hará todavía más desiguales las contiendas. Con el hiperpresidencialismo apuntalado estructuralmente y destruida la división de Poderes no sólo la democracia será simulada, también la República.

No niego errores, lastres e insuficiencias de la campaña opositora y de los partidos de la alianza que en alguna medida impactaron en el resultado. Sin duda que hay responsabilidades y es indispensable un balance autocrítico que lleve a corregir y quizá crear nuevas opciones, pero si persiste tamaña inequidad en los comicios, se instalará el más perverso de los incentivos: no importa qué tan mal gobiernen, seguirán con el timón, aunque se hundan con el país.