Por: Clara Villarreal
“Cuando la mente juega en contra, incluso el camino más sencillo puede parecer insuperable.”
En este tipo de competencias, la mente juega un papel crucial. No solo es un desafío físico, sino también un reto mental donde la fortaleza psicológica se convierte en un aliado indispensable. La capacidad de mantener la calma, gestionar el estrés y superar el cansancio mental es tan vital como la resistencia física.
Perdí de vista a Elsa en los primeros 200 metros de la competencia y aunque sus intentos de buscarme ente las nadadoras fueron en vano, ella decidió continuar su ritmo sabiendo que en algún punto volveríamos a coincidir.
La primera etapa la nadamos a favor de la corriente, lo que en gran medida nos ayudaba a avanzar. Todo era cuestión de seguir las boyas naranjas que marcaban el rumbo para no desviarnos de la ruta. Hasta este punto, mi ritmo y mi tiempo estaban de acuerdo a lo planeado. Ya habíamos dado la vuelta de los 950 metros, pero justo en los 1,100 metros, Alma me preguntó cuánto tiempo llevábamos. Mi respuesta fue: “41 minutos”.
Después de ver los minutos pude relacionar que empezábamos a nadar por enfrente del hotel Riu. Al seguir nadando, tuve la sensación de no estar avanzando. Cuando miré de nuevo el hotel, me di cuenta de que seguíamos nadando en el mismo punto y habían pasado 10 minutos más. Mi mente colapsó. Le grité a Alma: “¡No estamos avanzando!”. Empecé a sentir una gran frustración, como si alguien estuviera deteniendo mi boya y no me permitiera avanzar, mientras los nadadores hombres de la segunda oleada de salida, quienes salieron algunos minutos después, comenzaban a rebasarnos.
El mar en contra, el viento fuerte, la mente en colapso, y el cuerpo simplemente no paraba de nadar, aferrado a seguir avanzando. Parecía que el hotel se extendía infinitamente, incapaz de pasarlo. Mientras intentaba avanzar, me cuestionaba una y otra vez qué estaba haciendo mal. ¿Dónde estaba fallando en mi técnica? ¿Era en la brazada o en la patada?
El regreso fue una lucha constante entre mi mente y yo. Me detuve en algunas ocasiones para discutir con Alma sobre la ruta y las olas. Entre discusiones, una bocanada de agua entró en mi boca y llegó hasta mi estómago. Paré por completo, me sujeté a la boya y comencé a vomitar saliva, ya que mi estómago estaba vacío. Una mujer en kayak llegó para darme agua potable, y después de tres tragos y de rechazar un chocolate que amablemente me ofreció, seguí nadando a pesar de sentir que no avanzaba.
La impotencia se apoderaba de mí, y mi cuerpo la experimentaba intensamente. ¿Hasta qué punto creí que aquello lo podía controlar? El mar, la marea, y el viento nunca me intimidaron; solo me estaban mostrando cuán pequeña soy ante la naturaleza y lo mal que me traté y me exigí, como si fuera una experta en aguas abiertas, una experiencia que nunca antes había tenido sin un salvavidas puesto.
Llegué a la meta logrando solo una vuelta a la ruta, odiando nadar y cuestionándome absolutamente todo. Hice 2 horas y 13 minutos. Elsa llegó justo detrás de mí; ella logró dar las dos vueltas y cumplió su experiencia.
Las respuestas a todas mis preguntas comenzaron a llegar cuando interactuamos con otros nadadores. Todos coincidimos en odiar el “maldito hotel Riu”, un sentimiento compartido por aquellos con más experiencia, quienes hablaron de lo fuerte que estaba la corriente en contra.
Los verdaderos desafíos no solo prueban nuestra fuerza física, sino también nuestra capacidad mental y emocional. Lo que para mí fue un fracaso, para otros fue un éxito. Cada experiencia nos enseña que incluso en nuestras derrotas hay logros, y que cada esfuerzo es un paso hacia adelante en nuestro crecimiento personal.
P.D. No puedo dejar de pensar en volver a nadar. ¡Nos vemos en El Cruce 2025! 🙂
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