Por: Fernando Belaunzarán
El gobierno se endeudó este año electoral, pero tras la borrachera vendrá la cruda.
Nada duele más que el desengaño. Con independencia de las revisiones, ajustes y litigios que vendrán, una clara mayoría votó por la continuidad, no obstante los malos resultados del gobierno que termina. Padecimos, entre otras cosas, el peor crecimiento en cuatro décadas, el sexenio más violento del que se tenga registro, el empoderamiento sin precedentes del crimen, el desdén por las víctimas, la pésima gestión del covid, los escándalos de corrupción en el entorno presidencial, la irrefrenable militarización, el perenne desabasto de medicamentos, el abandono a su suerte de quienes padecen enfermedades crónicas, el rezago educativo, el despilfarro sin fin de las obras emblemáticas, la deriva autoritaria… y el mandato es que sigan los que están y concentren todo el poder.
Es verdad que la oposición enfrentó una elección de Estado y que fueron los comicios más inequitativos de los últimos 30 años, pero, con todo y eso, cabía esperarse que un importante número de ciudadanos castigaran a una administración que se quedó muy lejos de cumplir las expectativas con las que llegó. El refrendo fue mucho más numeroso y eso es un indudable éxito del titular del Ejecutivo, quien se abocó a ello desde que tomó posesión. Ignorando de manera dolosa y sistemática la Constitución, puso los programas sociales al servicio de su partido y se convirtió, en los hechos, en el principal vocero de la campaña. La maquinaria electoral del régimen, operada y aceitada con recursos públicos, demostró su eficacia.
Ahora bien, aunque las transferencias en efectivo partidizadas por los siervos de la nación incidieron de manera notable, los resultados no pueden explicarse sólo por eso. El Presidente pidió explícitamente la mayoría absoluta en ambas cámaras para avanzar con su proyecto, sacudiéndose a los pocos contrapesos que siguen en pie, y eso le dieron. Antes de entregar la banda presidencial podría aprobar las iniciativas del plan C que eliminan los órganos autónomos, dan al gobierno el control fáctico de las elecciones, reducen al mínimo la de por sí mermada pluralidad en el Congreso y convierten la independencia judicial en simulación. La hegemonía de una sola fuerza se volverá estructural y los mexicanos estaremos indefensos ante los abusos del poder.
El desmantelamiento de la democracia contaría con legitimidad democrática, si no se hubieran cargado los dados de manera tan grosera, pero de cualquier manera ocurrirá porque obtuvieron los legisladores necesarios para llevarlo a cabo. El gobierno tiró la casa por la ventana y se endeudó en este año electoral, pero después de la borrachera vendrá la cruda. El dinero comprometido, la extinción de los fondos para hacer frente a contingencias financieras y el histórico déficit fiscal son ingredientes del “cartucho de dinamita” que, según aseguraba Carlos Urzúa, el actual mandatario entregará a su sucesora.
En otro momento de gran crispación e incertidumbre los ciudadanos optaron por la continuidad. En 1994 ocurrió el levantamiento zapatista en Chiapas y el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Después del proceso electoral, asesinaron a José Francisco Ruiz Massieu y sobrevino una aguda crisis económica. Frente a ello, Ernesto Zedillo, quien ganó con un margen tan holgado como el de ahora, decidió tomar distancia de su antecesor y correligionario que le dio la candidatura de relevo, Carlos Salinas, y acordar con la oposición los términos de la transición democrática que hoy peligra.
¿Qué hará Claudia Sheinbaum ante los graves problemas del país? Difícil pensar que tome distancia de su mentor y negocie con la oposición. No lo hizo tras el descalabro en la CDMX de 2021 y ahora no la necesita ni para cambiar la Constitución. ¿Y si, como parece, no le va a pasar factura a López Obrador, a quién responsabilizará del tiradero que recibe? Culpar a los consabidos espantapájaros del régimen acentuaría el autoritarismo.
En cualquier caso, la resistencia social que se expresó en la Marea Rosa debe continuar, pues todo indica que las calles serán el mayor contrapeso que tendrá el hiperpresidencialismo restaurado y su partido de Estado. Recuperar la senda de la democracia no será fácil y la brega recién comienza.