Por: Enrique Martínez y Morales
Cuando era niño leí un cuento infantil de Jack Kent llamado “Los dragones no existen” (o “No existe tal cosa como un dragón” si lo traducimos literalmente). Su argumento, disfrazado de una historia inocente y pueril, no puede ser entendido sino con la madurez y los años.
Quizá muchos lo han leído. Parea quienes no, aquí se los resumo. Trata de un niño, Billy Bixbee, que un día se encuentra a un pequeño dragón, como del tamaño de un gato, sentado en su cama. Entre asombrado y preocupado, corre a contarle a su madre. Su respuesta fue contundente: “los dragones no existen”.
El dragón se instala, se comienza a comer los pastelillos de Billy y empieza a hacerse grande hasta rebasarlo en tamaño. Crece, crece y crece hasta ocupar toda la casa. La madre, para aspirar, primero lo brinca y luego tiene que salir por la puerta y entrar por la ventana para completar sus faenas.
Un día el dragón decide irse y se va, pero con la casa puesta. Llega el padre de su trabajo buscando su hogar y encuentra el lote vacío. El cartero, que en cuanto a direcciones todo lo sabe, le da el nuevo domicilio de su vivienda. Para entrar tiene que subirse por la cabeza y el cuello del dragón, que ya se extiende por toda la calle. Para sus padres, el dragón sigue siendo una falacia.
Cuando finalmente su madre acepta la existencia del dragón, éste se encoge hasta llegar a su estado original. En llanto y afligida, le pregunta a su hijo qué como fue posible que no se diera cuenta de la existencia del dragón y por qué tuvo que hacerse tan grande. “Quizá solo quería llamar la atención”, le responde Billy.
El dragón existe en todos los lugares, en todas las organizaciones, en todas las familias. Pero cuando se le ignora comienza a crecer hasta volverse inmanejable. Se alimenta de los problemas que no se enfrentan y se barren debajo del tapete.
Dice Jordan B. Peterson que en las relaciones solo existen tres posibilidades: la esclavitud, la tiranía y la negociación. El esclavo solo hace lo que le indican, aunque no esté de acuerdo, no opina, es dócil y evita el conflicto; el tirano manda siempre al esclavo y evita la complejidad; ambas opciones son temporales e inestables porque el primero en algún momento se rebelará y el segundo se aburrirá.
La única alterna sostenible es la negociación, aceptando que existe un dragón. A veces, esa negociación es ríspida, tensa, desgastante. Pero siempre será lo mejor. La comunicación en los negocios, en la vida social, pero sobre todo en la familia es la mejor vía para mantener al dragón pequeño y manejable.