Por: Rafael Olivares García
¡Es la economía, estúpido! Se dice que así rezaba un cartel colocado en la oficina de campaña del entonces candidato y futuro presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Bill Clinton.
Y no, no se trata del tema de la campaña electoral mexicana, porque los puntos centrales serían seguridad y salud.
Nos referimos al motor que ha transformado a nuestra sociedad en los últimos años, originando una deconstrucción global de terribles consecuencias.
El punto de partida no es muy lejano y se puede fijar en 1973, cuando Henry Kissinger, como secretario de estado de Richard Nixon, se convirtió en un hombre que estableció directrices de política exterior estadounidense que perduran hasta nuestros días, como lo fue la tendiente al control natal mediante una agenda global y cuya fundamentación fue meramente económica, pero su implementación puramente ideológica.
Ha sido la economía la que a través del consumismo ha detonado necesidades inexistentes, la que ha sacado del hogar a las mujeres, pues para mantener una familia deben trabajar cuando menos ambos padres, disminuyendo considerablemente su influencia en la formación de los hijos
Ha sido la economía la que ha enajenado a través de celulares las mentes de padres e hijos, originando una generación de hijos huérfanos de padres vivos y familias cuyos integrantes viven aislados entre si, la que mediante la propagación del uso de drogas aniquila millones de mentes mediante el uso de drogas. Ha sido la economía la que dobla conciencias, sean personales, grupales, políticas, mediáticas y de todo tipo.
Existe una hegemonía del poder del dinero, que pasa como aplanadora sobre principios y valores, corrompiéndolo todo.
El poder del dinero encumbra o entierra gobernantes, iglesias, ejércitos empresas e ideologías, las doblega y utiliza a su antojo.
Los dueños del dinero controlan la ONU, el BID, el Banco Mundial y a través del poder económico someten al poder político, que termina legislando lacayunamente lo que les es dictado.
La economía ha incidido a lo largo de la historia, pero nunca una economía impulsada por factores ideológicos diluyentes, aberrantes y anticientíficos, tendientes a terminar con una sociedad en lugar de fortalecerla.
Así tenemos un proceso de deconstrucción social que ya no vemos de forma lejana en el mundo, sino por el contrario, lo estamos viviendo en nuestro país, estado y municipio y, peor aún, empezamos a ver sus consecuencias desintegradoras en nuestras familias.
Bajo la bandera del combate a la pobreza, de la igualdad del hombre y la mujer, de la erradicación de la violencia y de muchos nobles objetivos, existe la obligatoriedad de implementar previamente una agenda ideológica destructiva.
Así tenemos a una Francia cuyo presidente, Emmanuel Macron, pugna por el combate global a la pobreza y una defensa férrea del medio ambiente, mientras establece en su constitución el derecho al aborto y una gran parte de su población lo festeja, totalmente ciegos a la realidad de la despoblación europea. Ricos, pero muertos, parece ser la premisa.
En nuestro país se lucha por las mismas causas, con la misma ceguera y ya empezamos a tener los mismos resultados.
El único mecanismo de defensa de los católicos, que son la salvaguarda de la civilización occidental, es colocarse en posiciones en donde se toman decisiones y para ello debemos dejar de lado la apatía y la pasividad.
La participación política con una visión común, es la única salida.
Es necesario crear una clase política nueva, con principios y valores cristianos arraigados, innegociables, que reviertan el mal ya hecho y generen iniciativas que promuevan la paz, la armonía, una cultura de vida y garanticen el progreso como sociedad.
El próximo 2 de Junio es un día decisivo, pero la lucha va más allá de lo inmediato, porque la verdadera batalla la libraremos durante los próximos 12, 15 o 20 años, que nos tardaremos en concientizar, agrupar, organizar y movilizar a millones de católicos en defensa de la patria.
Que Dios nos ayude en esta titánica tarea.