Liébano Sáenz
En días pasados Francis Fukuyama en una colaboración en el Financial Times abordó la decadencia de la democracia como proceso global y en Estados Unidos ante el eventual regreso de Donald Trump a la presidencia. Aunque su preocupación es la necesidad de adecuar las instituciones a las nuevas circunstancias, mucho de lo que señala obliga a una reflexión sobre la causa del peligro que enfrenta la democracia.
Una tercera parte del electorado estadunidense hace propia la versión del ex presidente Trump de que Joe Biden ganó fraudulentamente. La proporción es considerable por la desconcentración del poder, la calidad de los medios de comunicación y las diferentes y complejos mecanismos de escrutinio al poder. A pesar de eso, uno de cada tres cree lo que es una probada falsedad. Si eso ocurre en EU, por qué esperar que en México la mayoría de los electores tenga una visión independiente de la propaganda oficialista.
Las formas de gobierno no avenidas a la democracia y el abuso del poder se relacionan con una sociedad que pierde capacidad para imponerse ante las inercias autoritarias. La elección en EU no ha concluido, tampoco la de México, pero en ambas se identifica que la propuesta autoritaria es aceptada en una parte de la sociedad. La crisis de la democracia no solo tiene como origen el amago autoritario, sino la manera como la sociedad participa. Inevitable remitirse a la república de Weimar previo al totalitarismo en Alemania.
Al electorado le importan poco los temas fundamentales. Para muchos estadunidenses es irrelevante el previsible abandono de Ucrania y el triunfo de la Rusia de Putin si Trump y los republicanos prevalecen en la elección presidencial y legislativa. Sus preocupaciones son muy inmediatas y con un componente importante de prejuicio como es la criminalización de los migrantes.
Algo semejante ocurre con muchos mexicanos que aceptan y apoyan al presidente López Obrador a pesar de sus malas políticas en materia de salud y de seguridad, solo por destacar aquellas que han enlutado a muchos hogares. Y no se diga de la propuesta de destruir el edificio democrático, así como la militarización de la vida pública. La pregunta obligada, ¿su continuidad tendrá aval social mayoritario el primer domingo de junio?