Oaxaca se encuentra sumida en una crisis sin precedentes debido a la vorágine de incendios forestales que han asolado la región en lo que va del 2024.
Los reportes más recientes arrojan cifras estremecedoras: 51 incendios han sido registrados, devastando un total de 1,737 hectáreas. De este total, 1,580 hectáreas corresponden a bosques, lo que subraya la magnitud del daño ecológico. Los incendios de copa, caracterizados por su intensidad y la dificultad que representan para su control, han marcado esta temporada, obligando a la intervención de equipos especializados y el soporte aéreo de instituciones como la Secretaría de Marina (Semar) y la Comisión Nacional del Agua (Conagua), en un esfuerzo conjunto para mitigar la emergencia.
La complejidad del terreno en las zonas afectadas añade un desafío adicional a las labores de extinción, haciendo indispensable el uso de aeronaves en ciertas áreas. Los esfuerzos de contención se han visto también marcados por el sacrificio supremo de cinco combatientes voluntarios, cuyas vidas fueron cobradas por uno de estos desastres naturales.
Una sequía prolongada ha creado las condiciones idóneas para que los incendios se propaguen con mayor facilidad, convirtiendo a Oaxaca en un polvorín listo para encenderse al menor chispazo. Esta situación crítica ha encendido las alarmas sobre la urgencia de adoptar medidas preventivas y de adaptación más robustas frente a los impactos del cambio climático y la variabilidad meteorológica.
Las regiones más golpeadas por esta ola de incendios incluyen los Valles Centrales y la Mixteca, zonas de alto valor ecológico y cultural para Oaxaca y México. La pérdida no solo se mide en términos de flora y fauna afectadas sino también en el impacto sobre las comunidades locales, cuyos modos de vida dependen en gran medida de estos ecosistemas.
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