Fernando Belaunzarán
Es un punto de quiebre, golpe al tablero de la sucesión que cambia el escenario. La movilización nacional impactó con fuerza la contienda sin ser acto de campaña. No era para menos, el Zócalo de la CDMX se desbordó y hubo nutridas marchas en más de 100 ciudades. La portentosa irrupción ciudadana visibilizó la molestia de amplios sectores urbanos con el creciente autoritarismo, echando por tierra la estrategia oficialista de dar por sentada su victoria y presentar la elección como un trámite para desalentar la participación.
Por supuesto que continuará el bombardeo de encuestas por encargo con diferencias abultadas, pero la propaganda será menos efectiva: se dudará más de ellas para confiar más en el entorno, en las opiniones de amigos, conocidos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos. Los asistentes a las protestas atestiguaron que muchos comparten sus pensamientos y temores respecto a la situación del país, lo cual genera optimismo porque, además, tomar la calle empodera. El cambio en el humor social resulta fundamental, la esperanza es un motor poderoso y nunca se debe subestimar a los ciudadanos cuando ejercen el voto libre. Se reinstaló de manera fehaciente la sana incertidumbre democrática que algunos daban por perdida.
Costó mucho lograr elecciones competitivas y acotar el poder del Presidente –los dos ejes de la transición mexicana–, como para atestiguar pasivamente su pérdida y quedarse con los brazos cruzados mientras se pretende regresar al hiperpresidencialismo autoritario y al control gubernamental de las elecciones. No se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta. Por si no bastara su actuar y decir cotidiano, el Ejecutivo lo puso en papel con sus iniciativas de reformas constitucionales que, además, plantea que sean aprobadas sin diálogo ni acuerdo con la oposición, mucho menos con la sociedad civil.
Las manifestaciones fueron respetuosas del periodo de intercampañas y no hubo ningún tipo de proselitismo. No se aludió a ninguna candidata o candidato, ni para bien ni para mal. Se exigió, eso sí, respeto a la Constitución y a las leyes electorales, comenzando por el inquilino de Palacio Nacional, quien, después de 34 resoluciones del TEPJF sancionándolo, insiste en pasar sobre ellas para cargar los dados con recursos públicos en favor de su favorita, a costa de la equidad. Peor aún, el mandatario no admite que él no esté en la boleta y quiere convertir la elección en un plebiscito sobre su persona y sus propuestas.
La respuesta del régimen a los ciudadanos que ejercieron sus derechos constitucionales para defender la democracia es lamentable: calumnias, insultos y descalificaciones. De facto convirtieron en adversarios a los que piden respeto a las reglas del juego, dando por hecho que son opositores; pero aun si así fuera, tienen la obligación de gobernar para todos, pues juraron hacer valer la Carta Magna. Con sus ataques no hicieron otra cosa que confirmar el retroceso autoritario que representan.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, Claudia Sheinbaum dijo lo mismo que el Presidente. Difamó a decenas de miles de ciudadanos que se movilizaron, llamándolos hipócritas por haber promovido supuestos fraudes electorales y pelear por la “democracia de la oligarquía”. Extraño que una candidata se exprese así de un amplio sector de votantes, más aun con señalamientos que no aguantan el más mínimo análisis y acaban por revertirse. El fraude demostrado, más allá de la arenga ideológica, es el de 1988 y su principal operador fue Manuel Bartlett, el cual es miembro prominente del “movimiento”; y con las reglas e instituciones democráticas de las que ahora reniega fueron electos Andrés Manuel López Obrador y ella misma. Lorenzo Córdova lo expresó bien, después de subir por la escalera pluralmente construida para ascender por la vía electoral al poder, ahora que llegaron al piso más alto, pretenden demolerla para que nadie que no sea parte de su grupo, la pueda volver a transitar.
Con su descompuesta reacción y la incapacidad que tienen de dar un debate razonado sobre las legítimas demandas ciudadanas expresadas en las plazas, el oficialismo confirmó que la democracia depende de su derrota electoral. Allá ellos.