Liébano Sáenz
Desde la perspectiva opositora hay dos argumentos del discurso electoral: el primero, sustantivo. Refiere a la involución democrática que plantea el oficialismo y que habrá de formalizarse con sendas iniciativas de reforma constitucional en febrero. Incluye la desaparición de los órganos constitucionales autónomos; la politización y eventual partidización de la Corte y del INE al someter a sus integrantes a votación popular. También se ubica en este enfoque la militarización de la seguridad pública. Visto en su conjunto y efectos, estaríamos ante un cambio de régimen: del democrático al despotismo presidencial, acompañado del partido de Estado.
El segundo argumento remite al desempeño de la 4T, a sus malas cuentas en materia de seguridad, salud, educación, lucha contra la corrupción y frustrada mejora de la calidad de gobierno. El incremento en los homicidios dolosos y el regateado aumento de los desaparecidos indican que, en el sexenio actual, 250 mil personas perderán la vida por la inseguridad, cifras propias de una guerra civil. Algo semejante ocurre con la salud, el saldo por la mala gestión de la pandemia se robustece con el desmantelamiento de instituciones; la población carente de servicios de salud pasó de veinte a cincuenta millones. La educación también revela un deterioro grave, como lo mostró la prueba PISA. La venalidad persiste y la corrupción crece, no sólo son los escándalos de los que dan cuenta los medios, es la realidad cotidiana de las personas y negocios.
Los dos planteamientos no son excluyentes, son complementarios. Desde luego que lo primero es más importante y trascendente, pero es mucho más complicado de comunicar a los votantes. Para movilizar el voto opositor es más sencillo lo segundo, lo que las personas, familias y comunidades padecen por un gobierno deficiente e incompetente. La opinión pública revela respaldo al mandatario, pero un gobierno reprobado en temas fundamentales.
Ambos argumentos, sin embargo, resultan insuficientes porque la oposición no puede limitarse a señalar lo que no está bien con el gobierno. Desde luego que debe hacerlo, pero necesariamente requiere de una narrativa que despierte esperanza y la convicción de un mejor mañana.