SOLIDARIDAD Y RAPIÑA

Columna por: Ricardo Homs

Las grandes tragedias sacan a flote o lo mejor…
o lo peor de la gente. Del mismo modo que
emerge la solidaridad característica de un
amplio sector de la sociedad mexicana, vemos
también que despierta los más bajos instintos
de la otra parte; dos caras de la misma moneda.
El huracán Otis ha permitido que afloren ambas
caras de este país. Afortunadamente son más
las personas de buena voluntad, generosas y
solidarias, que las oportunistas y eso
engrandece nuestra identidad nacional.
Los noticieros de televisión y radio, -y los
reportajes de los medios impresos-, por un lado
destacan la solidaridad de ese México sensible,
dolido por lo que sufren nuestros paisanos de
Guerrero.
Por otra parte, vemos imágenes de rapiña y
asaltos a tiendas, -no para llevarse lo necesario
para subsistir-, sino televisiones, muebles y
artículos de alto valor. Los centros comerciales
muestran este vandalismo, donde gente sin
escrúpulos rompe cristales para entrar en
joyerías para robar relojes, y entra a las
sucursales bancarias para destrozar cajeros
automáticos y sacarles el dinero. Todo esto en
Acapulco. El daño patrimonial al pequeño y
micro empresario que tenía su inversión en
Acapulco, es demoledor.
Hoy vemos conductas que antes no se
evidenciaban y eso debe preocuparnos.
Hoy es frecuente ver reportajes que exhiben a
pueblos enteros saqueando camiones de carga
siniestrados en las carreteras, mientras ignoran
al chofer que puede estar malherido o
agonizando. Hasta hace pocos años esto no
hubiese sucedido, pues la atención se hubiese
centrado en ayudar al chofer.
¿Qué ha cambiado?… ¿Cómo llegamos a esto?
Ese México amable, ceremonioso, que merecía
obtener créditos a la palabra porque se sabía
que se iba a cumplir, se está esfumando. Es
sustituido por un México violento, sádico y
cruel, donde la vida pierde valor en manos de
algún salvaje. El México del dinero fácil está
sustituyendo al país donde la cultura del
esfuerzo fue el eje del crecimiento y la cohesión
social.
Lo más grave es que la sociedad ya ve ésto
como normal y cotidiano. No nos indigna que
aparezca gente mutilada dentro de bolsas de
basura, así como que desaparezcan jovencitos y
muchachitas y peor aún, que en las mañaneras
estas tragedias se conviertan en números y
estadísticas. Vemos como se cosifica el dolor
humano y este gobierno se victimiza porque
reclamamos su indiferencia… ¿Increíble?
Descubrimos que hay trogloditas que roban
cables del metro sin importarles que su
deleznable acción pueda provocar un accidente
que tenga como consecuencia, -no sólo
accidentados y heridos-, sino muertos.
Definitivamente hay una nueva moral que nos
regresa a un pasado violento y salvaje que ya
creíamos haber superado. Es el regreso del
“México bronco” y del “México bárbaro”.
Definitivamente vemos el surgimiento de una
nueva moral, alimentada por el resentimiento,
los rencores y el afán destructivo.
Hoy, -en el colmo de la incongruencia-, este
gobierno de la 4T justifica la violencia de los
guerrilleros de hace varias décadas y la califica
como actos heroicos. Autoridades de este
gobierno, -incrustadas en los niveles de toma
de decisiones de la SEP-, envenenan la mente
de nuestros niños con ideas revolucionarias
trasnochadas, que justifican la agresión.
La tolerancia hacia la violencia, -que genera
impunidad-, produce aún más violencia.
La primera declaración dada por la alcaldesa de
Acapulco, Abelina López Rodríguez después del
huracán Otis, -frente a los disturbios generados
por la rapiña-, fue para minimizar los saqueos
de tiendas de Acapulco, calificando esta
conducta como manifestaciones de “cohesión
social”.
Esta nueva visión moral, -sustentada en
ideología-, que justifica el latrocinio bajo el
argumento de la reivindicación social y política
del proletariado, es la causa de la destrucción
moral de la sociedad y de la desactivación del
Estado de Derecho. Esta distorsionada visión
justifica al hecho de tomar lo ajeno y le da un
significado de “justicia social”.
Esta visión de la justicia social, -que quita a
quien tiene algo valioso para darlo a quien lo
necesita-, es el origen de la cultura del “dinero
fácil”, que se manifiesta en la vida cotidiana en
el incremento de la corrupción en la política y
en la administración pública. Es el dinero
obtenido sin esfuerzo.
A su vez, hoy vemos como esta nueva cultura
social se manifiesta en los grupos resentidos y
violentos a través del crecimiento de la
delincuencia organizada, así como de la
violencia que acompaña la vida criminal.
Antes, quien delinquía sabía que estaba
actuando de forma criminal. Hoy se siente
totalmente justificado moralmente por la nueva
narrativa gubernamental.
Además, esta nueva moral estimula no sólo la
tolerancia colectiva, sino la creación de una
base social que admira y protege al crimen
organizado. La colectividad se siente
reivindicada por él frente a las oligarquías, –
calificadas como conservadores y enemigos de
la 4T-, que son denostadas desde las
“mañaneras”.
Si a esto añadimos la seducción que generan los
símbolos de poder, -como son las armas y los
lujos de la vida delictiva-, más el sentimiento de
reivindicación social a partir del temor que se
proyecta sobre quien está alrededor, entonces
entendemos cómo crece la violencia sádica.
Saber que a través de las armas se adquiere un
poder ilimitado sobre la vida de quienes le
rodean, hace perder el equilibrio emocional a
quienes aún carecen de madurez.
Vemos también que el crimen organizado ha
copiado del Estado Mexicano sus estrategias de
“política social” y distribuye despensas y ayuda
a las comunidades que le protegen y ocultan de
la acción de las autoridades. Les construyen
caminos, escuelas y hospitales en aquellas
zonas olvidadas por los gobiernos elegidos
democráticamente.
A su vez, la impunidad que nace de la inacción
del Estado Mexicano, -que se niega a utilizar la
violencia legítima que la ley justifica para
preservar la paz social-, es un guiño hacia la
delincuencia organizada para obtener su
respaldo cuando sea políticamente necesario.
La narrativa ideológica se ha convertido en una
provocación que socava la paz social.
¿A usted qué le parece?