El fenómeno de migración desde Centro y Sudamérica, incluido México, no es nuevo ni reciente. Sin embargo, en las últimas semanas, como ha sucedido en otras ocasiones, se ha recrudecido. Miles de emigrantes ingresan sin ningún problema a nuestro país aprovechando la porosidad de la frontera sur en busca del sueño americano.
El viaje no es corto ni placentero, sobre todo cuando llegan al desierto, ya sea en su versión Sonorense o Chihuahuense. Pero cuando el sueño se torna en pesadilla ya es muy tarde para volver. Además, no tienen a nada que regresar. Algunos escapan de dictaduras esclavizantes; otros, de la falta de oportunidades ante el fracaso de sus economías; muchos, de una lacerante pobreza que les ha robado su futuro.
La situación hizo crisis en días pasados cuando las autoridades norteamericanas se vieron forzadas a cerrar un cruce fronterizo en Piedras Negras y Ferromex, de manera responsable, tuvo que suspender la operación de decenas de sus trenes para no poner en riesgo a los migrantes que viajan de polizontes en ellos.
Las afectaciones económicas han sido enormes, de eso hablan todos. De lo que pocos hablan es de la suerte de los menores que viajan entre ellos. Esos pequeños que deberían estar en la escuela y ejerciendo su derecho a aprender y jugar, tienen que padecer insufribles jornadas bajo el sol, mendigar en los cruceros, malcomer y dormir a la intemperie.
Estados Unidos suele culpar a México del problema. ¿Cómo es posible que las autoridades se hagan de la vista gorda y dejen que los ilegales crucen la frontera y atraviesen miles de kilómetros sin actuar?
Tienen algo de razón. La aplicación del estado de derecho en México no es precisamente ejemplar. Pero ellos no cantan mal las rancheras, y Elon Musk, el magnate dueño de Tesla, Twitter y Space X, entre otras, puso el dedo en la llaga al visitar la frontera y declarar que él, como inmigrante, estaba a favor de la migración, pero ordenada y legal.
Y tiene mucha razón. Estados Unidos necesita de la mano de obra latina. Sin ella, la economía simplemente se paralizaría. Son decenas de millones los inmigrantes que allá viven y que, sin ellos, simplemente la Unión Americana no sería la potencia económica que actualmente es.
Es hora de que nuestro vecino del norte sea más pragmático, más realista, deje de lado las ideologías arcaicas y promueva una profunda reforma migratoria, que le devuelva el respeto internacional al dejar de sabotear él mismo sus leyes y, sobre todo, que le devuelva la esperanza a esos niños migrantes que no tienen la culpa de nada.