Raúl Contreras
El ilustre Juan Jacobo Rousseau decía en su obra cúspide El Contrato Social que entre todos los miembros de una comunidad se debe alinear su acción individual —de manera libre y natural— en favor de acciones que tiendan al bienestar colectivo.
Para que una sociedad pueda funcionar de manera adecuada tiene que existir una conveniente división del trabajo que la impulse; bien puede ser a través de un honorable oficio, una carrera técnica o una carrera universitaria.
En un Estado democrático, la división del trabajo no debe ser un ejercicio de imposición a la población y en especial a la juventud, sino que se debe desprender de una elección voluntaria, que satisfaga los anhelos y necesidades materiales de las personas, para que puedan realizar una tarea con beneficio y conciencia social.
De eso se trata la orientación vocacional, de analizar e identificar las habilidades y gustos de cada uno de los estudiantes del nivel medio superior para tratar de encauzarlos hacia la elección de una actividad o profesión —con base en un plan de estudios de educación superior adecuado—, porque así tendrán efectos positivos y se contará con ciudadanos útiles a su comunidad y profesionales satisfechos en sus aspiraciones personales.
En este mismo espacio, la semana pasada expusimos la problemática que está causando el abandono escolar y la necesidad de que nuestros jóvenes terminen su preparación media superior. En esta ocasión, ahondemos en la necesidad de tomar acciones que impulsen que los educandos, no sólo concluyan sus planes de estudios, sino que también se encauce y aproveche ese ímpetu juvenil para continuar de mejor manera su carrera hacia la educación superior.
Esta semana, en este mismo diario Excélsior, mi compañera Claudia Solera escribió un extenso e interesante artículo en torno al proceso complejo que significa —en muchas ocasiones— para los jóvenes el tener que elegir una carrera o profesión. De manera muy interesante tuvo a bien documentar testimonios de cambios de 180 grados en la vida académica de algunas alumnas que prefirieron tomar un rumbo distinto a sus estudios iniciales. Ante esta situación, las instituciones de educación media y superior no deben mantenerse ajenas.
El fortalecimiento del bachillerato requiere de la revisión y actualización de sus planes de estudio; así como también para promover las carreras no saturadas y de nueva creación, considerando las vocaciones y preferencias profesionales del alumnado.
Se requiere de una redirección de la orientación educativa, que estudie y atienda de mejor manera los factores sociales y culturales que afectan a los estudiantes, sobre todo después de la pandemia. Se tiene que estudiar la posibilidad de erigir en cada plantel del bachillerato “Colegios Vocaciones” que brinden herramientas de identificación de gustos y habilidades para direccionar de forma correcta el talento.
El proceso de orientación no se debe limitar a capacitar a los docentes para realizar tales fines, sino que se necesita sensibilizar e informar a los familiares o tutores de los estudiantes —a través de talleres—, ya que se reconoce que, en ciertos casos, la elección de carrera o universidad es influenciada por sesgos que no corresponden de forma exclusiva al estudiante.
Así mismo, se deben instaurar visitas de los estudiantes a los posibles entornos laborales, para que tengan una mejor información oportuna y directa respecto de las características de lo que llegará a ser su futura actividad profesional.
Como Corolario la frase de Cicerón: “Dejad que cada cual se entregue a la práctica de aquella profesión que conozca bien”.