Por Enrique Martínez y Morales
No soy muy fan de la saga de películas de El Exterminador (Terminator en inglés), protagonizadas, cuando menos las primeras, por el actor y exgobernador de California, Arnold Schwarzenegger. Pero debo reconocer que algo tienen de especial que han cautivado al público durante más de tres décadas, ya que la primera se estrenó en 1984 y la última, creo que la sexta, en 2019.
Quizá lo que la haga tan atractiva como para trascender a las generaciones sea la base de su argumento de ciencia ficción. Temas como el poder viajar a través del tiempo, así como la independencia y rebelión de las máquinas, dotadas de libre albedrío, aunque adelantados a su tiempo, atrapan a las masas tanto por su espectacularidad como por las reflexiones que nos obligan a hacer.
Hace poco vi una de ellas. Tenía mucho de no hacerlo. Lo complejo e irreal de la trama no fue obstáculo para echar a volar mi imaginación, ¿qué tal si…? El vivir en mundos paralelos, producto de la posibilidad de volver al pasado, genera pensamientos inquietantes sobre las disyuntivas en nuestras vidas.
En la historia del filme los robots destruyen las principales ciudades del mundo hasta los cimientos, dejando pocos sobrevivientes sobre el planeta. No pude evitar imaginarme, con todo el conocimiento y la experiencia adquiridos por la especie humana a través de los siglos, sobre cómo serían las nuevas ciudades, suponiendo que algún día puedan erradicar la amenaza de las máquinas movidas por esa avanzada inteligencia artificial. Es decir, ¿cómo sería una ciudad ideal?
Si tuviéramos la improbable posibilidad de reconstruir una ciudad desde ceros, lo primero que yo realizaría sería un complejo trazado subterráneo. No solamente la obligada introducción de los servicios como agua, drenaje, gas, fibra óptica y energía eléctrica (ni un cable en la superficie), sino también invertiría en un metro funcional y un eficiente sistema de drenaje pluvial, para evitar inundaciones.
Las calles serían completas. Es decir, con banquetas anchas, ciclovías suficientes y avenidas amplias que prioricen la movilidad mediante el transporte público, en ese orden de importancia. El énfasis sería en la promoción de la vivienda vertical y los usos mixtos, para reducir los tiempos de traslado y abonar a las horas de convivencia familiar.
Un gran bosque urbano sería el epicentro de las ciudades y las áreas municipales grandes y verdes. Los condominios y casas deberán construirse con materiales térmicos, con páneles solares y dispositivos para captar las lluvias y ahorrar agua. La planta tratadora instalada estratégicamente para que surta de agua residual a la zona industrial, la cual sería conectada por un tren ligero con las zonas habitacionales.
Nuestras ciudades se construyeron hace siglos según las necesidades, tecnologías y posibilidades de aquellas épocas. De esa antigüedad son muchos de los problemas que padecen. Pensar en la ciudad ideal nos ayuda a trazar una ruta del deber ser y actuar en consecuencia. Con el compromiso y la participación de todos poco a poco se puede ir haciendo, sin la necesidad de un Terminator que llegue a destruirlo todo.