Latitud Megalópolis
Lo primero que vi al despertar fue uno de mis sueños tirado en el piso. Al levantarlo, sentí suavemente cómo éste me llevaba a aquel lugar debajo del antiguo faro. No había nada más en el horizonte que una oscuridad cenicienta que anunciaba que la locación en la que nos encontrábamos era el último punto conocido del mundo.
El faro se levantaba orgulloso delante de esa negrura, con sus colores blanco y rojo, apuntando su luz hacia distintas partes. No había mucho qué hacer, más que esperar a que llegara aquel barco que me condujera a lo desconocido.
El misterioso e inconmensurable paraje de los sueños, guarda relatos entre líneas que han servido de inspiración para seguir. En ciertos momentos, visitar el mundo onírico nos ha volcado a un catálogo extenso de historias que no veríamos de otra forma, es por ello que aquel día que vi delante de mí al majestuoso Barco de Plata, encontré una posibilidad única de viajar entre rutas, escuchar relatos del ayer, proyecciones del mañana; surcar los mares de estrellas, olvidarme por un momento siquiera de la cotidiana lucha por sobrevivir, de la irremediable monotonía y el abuso de la costumbre.
El contraste de luces que trajo consigo aquel navío, le hacía brillar como la luna entre el entorno sombrío que cubría todo, sólo el faro competía tenuemente con aquella luminosidad que encarnaba. Con pasos cada vez más seguros me introduje dentro, disfrutando cada detalle de su composición, observando los rostros de los tripulantes misteriosos que me sonreían. Una aventura, un respiro, era lo único que buscaba, no más.
Qué maravilloso es explorar nuevos mundos sin tener que movernos mucho, sin tener que salir de la habitación; llevar nuestras alas a todos lados y volar donde la imaginación trace ruta, sentir esa hermosa sensación de descansar nuestro traje cotidiano y por un momento volvernos alguien más, vivir la vida desde otros ojos.
Deambular por mundos que no podríamos tocar por nosotros mismos, padecer el ahora que compartimos con todos desde otros ángulos; habitar pieles con nombres diversos, personajes principales y secundarios, impostar la piel de héroes o villanos; presenciar de cerca relatos contenidos entre letras, libros o canciones, entre películas o series, videojuegos u otros medios de expresión.
Sentir profundamente aquellas narraciones que nos mueven a imaginar, a ser más de lo que somos o ser quienes somos realmente. Visitar ciudades ocultas en el mar debajo de faros, castillos inmensos que ocultan el origen del cataclismo; lugares de nombres impronunciables; mansiones repletas de espíritus, demonios hostiles que tenemos que conquistar; habitar cuerpos que apenas despiertan, redescubrir el horizonte ya cambiando; vivir la vida de alguien más entre urbes roídas por el tiempo y la guerra, entre mares colmados de aventura, mundos carcomidos por extraños sucesos que vamos descubriendo; futuros apocalípticos que nos muestran una cara del desastre, en ocasiones coincidiendo con el padecido ahora. Extraordinarias maneras de vacacionar.
Una poderosa magia habita en aquellos que tienen la capacidad de llevarnos a otros universos, de cautivarnos con el viaje; talento que pocos poseen, hacernos vacacionar entre emociones y sentimientos despiertos, generar un punto de extracción contra el desamparo que pueda traer la monótona realidad. Descansar del ahora por un momento, parar la marcha y tomar un tiempo con nosotros; respirar una bocanada de aire fresco como medio para volver y continuar. Todos tenemos derecho a ese tipo de descansos, y si no lo tenemos, debemos con urgencia arrebatarlos pronto.