DOS MINUTOS PARA EMBELESAR EL ALMA

Por; Sacerdote Daniel Valdez García

Apreciados todos. Tras los trágicos sucesos que han sacudido la ciudad de Toluca y sus alrededores esta semana, por invitación de nuestro venerado arzobispo, monseñor Raúl Gómez, llegamos al final de este periodo devoto en el que hemos orado por la paz. Permítanos extender ese eco y continuar orando y colaborando por la ansiada paz en todo México, que una vez fue manchado por una inmensa fosa clandestina. Además, elevemos nuestras súplicas por la paz en Latinoamérica, nuestra gran patria, así como por la armonía entre Rusia y Ucrania.

En mi nombre propio y en el de otros sacerdotes, deseo ofrecer una sincera disculpa a aquellos que se hayan sentido ofendidos o marginados. El perdón, un fruto maduro del amor.

Hoy, celebramos a la santísima Virgen del Carmen, a quien como estrella de los mares, solicitemos su intercesión para alcanzar la seguridad frente a las tormentas y mares embravecidos de nuestro mundo. Felicidades a quienes llevan el nombre de Carmen!

Los invito a reflexionar sobre la Parábola del Sembrador, presentada en el evangelio según san Mateo (13, 1-23), y hagámoslo con una pregunta trascendental: ¿Qué clase de terreno soy yo?

Damos inicio al “Discurso de las parábolas”, es una sección exquisita de este evangelio. Las parábolas encierran grandes enseñanzas en pequeñas historias. La parábola que nos ocupa hoy es, en esencia, el modelo por excelencia, ya que nos habla sobre cómo recibimos la Palabra de Dios. Esta Palabra, en sí misma, es como una semilla llena de vida y fecundidad, esparcida generosamente por todo el mundo y en cada corazón, sin excluir a nadie. La diferencia recae en cómo la acogemos y permitimos que arraigue en nosotros.

Hoy les tengo una magnífica noticia, sin importar la naturaleza del terreno que ocupemos, ya sea árido y lleno de obstáculos como piedras y espinas, todos poseemos la capacidad de transformarnos en tierra fértil. Y esta metamorfosis se alcanza a través de la CONVERSION, lo cual un proceso que nos brinda la oportunidad de que la Palabra divina sea sembrada generosamente en lo profundo de nuestro corazón. Así como dice en Hebreos 4, 2: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más afilada que una espada de doble filo; penetra hasta el punto de división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.

Nadie debe perder la esperanza de convertirse en tierra fecunda y dar frutos en abundancia, como se menciona en Marcos 4, 20: “Algunos dan mucho fruto: treinta, sesenta y hasta cien veces lo sembrado” y recordar siempre que “para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 37).