Con qué urgencia se abalanzan las personas hacia la mentira. Sea pequeña o inmensa, terminan devorándola, cuando ésta les mantiene en aquel rincón en el que no tienen pensado salir, aquel punto donde ya han perdido hasta la ruta de escape.
A la gente le gusta que le mientan en la cara. Eligen el camino de los espejismos porque es fácil de andar, porque no implica ninguna reflexión, sólo el hecho de caminar por aquellos senderos previamente trazados. Vendan sus ojos y se encomiendan a la fe de creer, ya sea por ignorancia o por la búsqueda de validación propia, y ahí permanecen escuchando el canto de las sirenas, las melodías de Hamelin o los murmullos ponzoñosos de consejeros serviles.
Pese a la hipocresía y la simulación, la gente disfruta que les mientan, que les vendan aquellas bocanadas de humo, sueños que les mantienen en paz, que les ayudan a descansar, para aparentar ser felices.
La mentira pareciera que les causa cierto placer si les concede la razón, si les hace segunda en sus pensamientos por más errados que estén, por más absurdos, por más obsoletos, por más irracionales que sean, es preferible para ellos hundirse en sus fantasías, embriagarse de espejismos y quimeras, antes que despertar.
Les encanta tanto la mentira que intentan mentirse a sí mismos, contarse aquellos cuentos que se cuentan, aquellas historias que permanecen flotando fuera de la realidad; les encanta tanto la mentira que prefieren las promesas que la franqueza.
A los amantes de las mentiras, les conmociona la simple idea de encontrarse de frente a la verdad o se estremecen simplemente por verla pasar al otro lado de la acera, esa verdad que ponga en duda sus creencias, su conocimiento, su manera de ver el mundo y de juzgar el ahora, que ponga en duda aquel endeble piso de cristal en el que construyeron su vida.
La verdad, es que la verdad les horroriza, les incomoda, porque les obliga a ver y no quieren hacerlo; no quieren aceptar aquella realidad que les atormenta en silencio; no quieren cambiar aquello que necesitan cambiar, recular aquellos pasos trastabillados, buscar otras salidas y entradas, trazar otros caminos, aprender a tomar mejores decisiones; sólo quieren seguir haciendo lo que hacen porque les es cómodo, sin cambiar ni un ápice lo que está mal.
Cambiar duele, pero es necesario cuando hace falta. No podemos hacerlo si no nos golpea una bocanada de verdad en el rostro, si rehuimos la vista y miramos sólo aquello que nos conviene, si corremos para el otro lado en cuanto nos hablan de ella. Enfrentar la verdad se vuelve indispensable para dar luz a nuestro camino, iluminar el horizonte y ver cómo enfrentaremos lo que viene después.