Por Freddy Serrano Díaz
Un buen mandatario, un estadista, debe entender a sus oponentes que jamás se confrontan con ataques, asumiendo que no se satisface seguidores, se habla para todo un pueblo más allá del activismo y los agitadores.
Error recurrente en el ejercicio de gobierno y manejo de las crisis, hablar del pasado, omitiendo ser buenos en la ejecución presente y la solución de problemas, lugar común para la arrogancia inflexible, poco conciliadora, caprichosa y atrincherada en escucharse así misma.
La clave del éxito no está en hablarle a aduladores, a un comité de aplausos, a una fanáticada, se remite a ganar la confianza incluso de los que ayer fueron adversarios, pero el “ego” hace de las suyas y la soledad del poder pasa factura.
Saturación, polémica y conflicto pueden ser útiles antes de una elección, pero gobernar es asumir el gusto a que te lleven la contraria, dejando atrás posturas tan equívocas como las de oponentes que se ocupan de atacar gobiernos, omitiendo mostrar qué hay otra opción.
Ser oficialistas o rivales demanda estrategias de opinión pública dedicadas a evaluar lo que está pasando para evitar perder fieles y buscar nuevos adeptos, lugar común en Colombia como en cualquier otro rincon del mundo.
Las crisis son oportunidades y suscesivamente ventajas, quien así lo entiende avanza de camino al éxito, sin excusas y sin una agenda en contravía de la esperanza perdida por hablar, sin escuchar.
“Un buen gobernante asume que en la crisis mantener la sonrisa es un acto revolucionario, un buen antagonista plantea soluciones, los dos se deben así mismos respeto, entienden por que están en orillas diferentes, no cansan indecisos con sus disputas fútiles”.