Por Liébano Sáenz
Cuando se diseñó el cambio profundo de la Suprema Corte de Justicia estuvo siempre presente que la autonomía e independencia del máximo tribunal eran cruciales para el sistema republicano de división de poderes. El modelo de origen, con sus ajustes sucesivos, han pasado la prueba, lo mismo la modalidad para la designación de los ministros que integran la Corte. Desde luego que esto no significa que no haya mucho por mejorar. La Corte es el órgano jurisdiccional más relevante y visible, pero está lejos de ser responsable sobre lo que ocurra en todos los planos de la justicia, especialmente, en los de carácter penal. Lo menos que se puede decir es que hay corresponsabilidad entre las autoridades y la sociedad, así como entre los poderes públicos.
El presidente López Obrador señaló que en su momento se comunicó con los cuatro ministros que ha propuesto en su sexenio y uno más, presuntamente, el ministro Arturo Zaldívar, a manera de argumentar sobre la importancia que su gobierno asigna a la integración de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional. El presidente convenció a tres ministros, sin embargo, se dieron los nueve votos necesarios para declarar la inconstitucionalidad. El error del mandatario es que su razonamiento, como siempre, fue político y no constitucional. A los jueces se les convence con argumentos legales, no con apreciaciones políticas, error común en los gobernantes.
Margarita Ríos Farjat y Juan Luis González Alcántara, ambos propuestos por el presidente López Obrador, tuvieron la entereza de actuar conforme a su responsabilidad en la salvaguarda de la Constitución, de la misma forma que, en innumerables ocasiones, los ministros han votado con libertad y convicción en temas relevantes para el presidente que los propuso.
La entereza es un valor escaso, no ahora, sino desde hace tiempo. La integridad institucional requiere de personas decididas a cumplir en conciencia con lo que su responsabilidad les dicta. Insisto, la Corte ha dado muestra de ello desde que se renovó a finales de 1994. No hay nada más satisfactorio que presenciar en el horizonte de la historia, el éxito de quienes visionariamente diseñaron lo que es uno de los pilares más sólidos de la República.