La inmediatez absorbe. La agenda presidencial, los problemas de coyuntura y la sucesión anticipada hacen de lo próximo, lo más importante. En un clima así, es necesario otear el futuro porque la intensidad de lo que ahora se vive no sólo puede distraernos de nuestras tareas de largo plazo, sino que puede comprometer las condiciones que nos lleven a superar los problemas y alcanzar los anhelos compartidos.
La situación no es sencilla. A lo coyuntural hay que sumar el clima de polarización, que obstaculiza la buena relación entre la sociedad, sus representantes y las autoridades. Confrontar, como ocurre hoy desde el poder, impide el diálogo y el entendimiento que auspicia en las sociedades democráticas la posibilidad de corresponsabilizar a todos en la construcción de un mejor presente.
Conforme más dificultades se hacen presentes y como avanza el desencuentro, más evidente es la necesidad de un cambio que rompa esta inercia. Irremediablemente será tarea del próximo gobierno hacerlo. Alentar el descontento real puede ser, en el diseño actual, palanca para la pretendida transformación o aliento para los opositores, pero como vehículo no conduce sino al estancamiento social.
Si se toman como referencia el escándalo de la Casa Blanca y el crimen de Ayotzinapa, están por cumplirse diez años de fractura entre la sociedad y sus políticos. El arribo de López Obrador pudo ser un ejercicio colectivo de reconciliación entre la realidad y lo deseable, pero no ocurrió así y la política discurrió acentuando el enfrentamiento, sin dar respuesta eficaz al origen de la inconformidad.
Alzar la mira es preciso para entender las amenazas que se ciernen sobre el sistema democrático. Sin embargo, el futuro no puede ser contemplado a partir del temor, también es preciso dar curso a la esperanza. De hecho, el peligro mayor a nuestra democracia deviene de la ausencia de opciones razonadas y razonables para lograr el bienestar de las clases medias y populares. Por esta consideración, la disputa hacia 2024 debe partir del reconocimiento que el problema de origen es un sistema económico y político que hasta hoy fue incapaz de dar respuesta a lo que demanda la sociedad. Es evidente que la propuesta no se construye a partir del pasado, sino del futuro.