Las 7 Heridas de la infancia: Un adulto disfuncional, es un niño herído

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Las primeras etapas de la vida somos más sensibles a la influencia del ambiente que nos rodea y a la forma en que entablamos relaciones con otras personas. Es también cuando el cerebro se desarrolla de manera tan rápida que cualquier cambio en el modo en que se comunican nuestras neuronas puede dejar las llamadas heridas de la infancia. Estas huellas afloran en la vida adulta y se reproducen con los años.

¿Cuáles son las 7 heridas de la infancia?

Las vivencias dolorosas que pasan durante la niñez pueden quedar como recuerdos borrosos en la memoria. Esto quiere decir que, aunque nuestros hábitos y patrones de conducta tóxicos en la adultez estén relacionados con estas experiencias, nos cuesta trabajo reconocerlas. Por ello, hoy queremos hablar sobre las 7 heridas emocionales que existen para que puedas identificar esos factores que han dejado una marca en ti.

1.- Inseguridad y desconfianza

La manera más común de huella dolorosa es el maltrato basado en agresiones físicas o verbales. Los individuos que han sufrido golpes o insultos en la infancia o adolescencia suelen ser inseguras de mayores. Esto no quiere decir que sean tímidas, sino que un simple gesto con la mano puede incomodarlas y hacer que se pongan a la defensiva. Además, son personas que desconfían de ellas y otras personas, aunque no lo demuestren siempre con hostilidad sino, en ciertos momentos, de forma reservada.

2.- La herida de abandono

Los pequeños que sufren falta de atención y cuidados pueden desarrollar graves alteraciones en la edad adulta, especialmente si sus cuidadores primarios no se los proporcionan. El abandono en la niñez está relacionado con serios problemas afectivos y relacionales en la etapa adulta, así como disfunciones sexuales.

No obstante, si el aislamiento se genera de forma más moderada, sus consecuencias en la edad adulta pueden observarse en forma de limitaciones sociales y ansiedad al momento de relacionarse. Esto se verá con mayor intensidad a la hora de entablar trato con desconocidos o de hablar para un público grande.

3.- Heridas de la infancia: miedo al compromiso

Cuando de niños establecimos vínculos afectivos fuertes que después se truncaron de manera repentina puede provocar que tengamos miedo a crear lazos amorosos. El fuerte dolor que produce recordar el sentir afecto por alguien es el mecanismo psicológico que se activa al pasar mucho tiempo con esa persona y perder la relación. Por ello, no solo se reviven las experiencias agradables sino que constantemente se recuerda la ruptura de ese vínculo.

4.- Miedo al rechazo

La falta de cuidado, los maltratos o el bullying escolar pueden provocar que nos sintamos excluidos de los círculos sociales. Además, las experiencias de rechazo vividas desde etapas en las que no sabemos reconocer que no es nuestra culpa hace que no aceptemos un trato digno en la etapa adulta. Sentir constantemente miedo al rechazo hace que ni siquiera nos expongamos a recibir las valoraciones de los demás y estamos más tiempo a solas.

5.- Desprecio a los demás

Las heridas de la infancia pueden hacer que adoptemos conductas antisociales a nuestra forma de comportarnos. Como se tiene la sensación de que los demás han sido unos depredadores cuando éramos vulnerables, incorporamos a nuestra forma de pensar la idea de que la vida es una guerra abierta contra los otros. Así, los demás se convierten en amenazas o posibles medios de alcanzar los objetivos que se buscan.

 6.- Dependencia emocional

La sobreprotección por parte de los cuidadores primarios en la infancia hace que nos acostumbremos a tener todo lo que queremos y que, en la vida adulta, vivamos frustrados. Así, para salir de este estado eterno de insatisfacción, buscamos una nueva figura protectora en vez de luchar por nuestra autonomía e independencia. Es un tipo de comportamiento común de las personas que han sido acostumbradas a mostrarse caprichosas y a exigir cosas de los demás.

7.- La injusticia

La injusticia como herida de la infancia se crea en un ambiente en el que los tutores principales son fríos y autoritarios. Los niños y niñas que se crían con demasiada exigencia puede que desarrollen sentimientos de ineficacia y de inutilidad, en sus primeros años y como adultos.

Realmente, un hogar y una educación autoritaria afecta en el desarrollo psicológico y emocional, y en el rendimiento de los pequeños. Cuando no recibimos apoyo y nuestros derechos son controlados o cuando no tenemos una cercanía afectiva significativa, aparecen sin duda graves heridas psicológicas.

¡Ahora que ya reconocimos las diferentes heridas de la infancia, es momento de hacerlas conscientes en nuestro día a día y empezar a sanarlas!