Por Rafael Olivares García
Judas Iscariote fue le traidor, no cualquiera, sino un apóstol, un hombre de la primera línea de Jesús.
Gran enseñanza para entender que la traición puede venir de un Cardenal, de un Obispo, de un Arzobispo o del sacerdote y poder entender con ello estos tiempos de confusión de la fe, promovida muchas veces desde las más altas esferas de nuestra amada iglesia.
Judas creía en un mesías libertador, revolucionario social, que sería el rey material de todas las naciones doblegando al imperio romano, amo y señor de su tiempo. Él pensamiento del apóstol traidor apunta a que la labor preponderante del mesías era la del caudillo y que el reino de Dios empezaba por transformación de las estructuras políticas, sociales y económicas y terminaba en la conversión.
Nada más equivocado.
Hoy la iglesia se ha contaminado con la visión de Judas Iscariote. Escuche a un obispo europeo enseñando que la labor fundamental de la iglesia es transformar las estructuras injustas cual caudillo revolucionario. Que la evangelización viene después.
En mi humilde opinión el fruto de la evangelización, de la conversión, de ver a todos los seres humanos como nuestros hermanos en Cristo, fue lo que terminó con la esclavitud en el mundo, lo que permitió el establecimiento de leyes más justas.
Esto es, la labor de la iglesia y de cada uno de quienes formamos parte de ella lo es la propagación del evangelio, la conversión propia y de los demás. Ya el mismo Cristo lo dijo: Busquen primero el reino de Dios y todo lo demás se dará por añadidura.
Es claro, primero creo, me convierto y fruto de vivir la fe vienen las buenas obras, el buen comportamiento, la fraternidad y con ello la transformación y mejora de toda la sociedad.
Hoy miles de Judas Iscariotes permaneces agazapados dentro de la iglesia, aun en sus más altas jerarquías, besando en la mejilla a un Cristo a quien no aman, vendiendo a un Cristo a quien no reconocen, entregando por 30 monedas a millones de inocentes en las garras de la deformación de la fe y del error doctrinal. El cisma en puerta del sínodo alemán es clara y actual muestra, pero también lo es la comunión en la mano, tan usual ahora en México.
Cristo lo advirtió entonces y lo sigue advirtiendo ahora: Aquel que moja su pan en mi plato. Porque la traición no puede venir de un enemigo, sino de un amigo, de alguien cercano.
Volvamos pues los ojos a 2 mil años de cristianismo, de tradición, de doctrina, de una fe única, universal e inmutable.
Queremos, si, una iglesia en salida, en misión permanente, pero también una iglesia en entrada, con sacerdotes bien formados, con aroma a santidad, que nos den la comunión de rodillas y en la boca, que tengan confesionarios en sus iglesias y los utilicen, el organicen y estructuren sus sermones, que formen y alienten a los laicos a ejercer nuestras responsabilidades, queremos verdaderos pastores de almas, porque sin una iglesia en entrada no puede haber una iglesia en salida.