La mirada de una personas es algo que suele cautivar, sin embargo pocos sabemos que los ojos son órganos , además de captar la luz, la transforman en impulsos eléctricos que el cerebro las percibe en formas, colores, sombras y profundidad.
Es así que el sentido de la visión y nos ayuda a relacionarnos con el entorno. Es por ello, que al disponer de células altamente especializadas en la retina, la parte posterior del ojo, que reaccionan a los estímulos luminosos, los llamados conos, bastones y un tipo especial de célula nerviosa llamada “célula campana” descubierta recientemente y que se sospecha que está relacionada con la memoria a corto plazo.
Esto quiere decir que, en la retina trabajan cerca de unos 130 millones de bastones para que nos permiten observar la luz de nuestro alrededor y 7 millones de conos con los que podemos apreciar más de 2,5 millones de colores.
Cabe mencionar que, todo se origina en el Sol, donde las reacciones termonucleares de su interior desprenden radiación electromagnética de diferentes longitudes de onda.
Asimismo, puede provenir de otras fuentes de luz como una llama, un faro entre otros. Ya que si, la radiación que nos llega tiene una gran longitud de onda no la podremos ver, porque estaremos en el espectro de ondas de radio, de las microondas o de los infrarrojos; aunque de estos últimos sí que podemos sentir su calor.
Y si la longitud es demasiado pequeña, tampoco la percibiremos, porque hablaremos de radiación ultravioleta, de rayos X o de rayos gamma. Justo en la mitad de todas esas radiaciones distintas hay un espectro que parte de los 380 nm y acaba en los 760 nm al que llamamos “luz visible”. En ese rango es en el que se mueven nuestros fotorreceptores y es el que nos permite ver.
Una vez tenemos la longitud de onda correcta, los fotones han de chocar contra una estructura y en este caso, los conos del ojo disponen de unas proteínas llamadas opsinas. La eritropsina es la que nos permite ver el rojo, reacciona más fuerte a las longitudes de 700 nm, aunque tiene cierto margen, al igual que las otras opsinas. Para el verde, tenemos la cloropsina (530 nm) y para el azul, la cianopsina (430 nm). Ahora bien, gracias a que no reaccionan sólo a esas longitudes de onda, sino que también lo hacen a las de alrededor podemos ver todas las tonalidades intermedias.
Al estimular estas proteínas, mandan una señal por la membrana celular que pasa a otras células que se encuentran inmediatamente debajo: las células bipolares. Estas actúan como mediador con la antesala del cerebro: las células ganglionares de donde parte el nervio óptico que acaba en la zona del cerebro encargada de la visión.
Es así que, sabemos el cómo, pero por qué vemos a color. Hemos visto que tenemos tres proteínas, unas que reaccionan al rojo, otras al verde y otras al azul. Al cuidar su rango de acción en el espectro de luz visible, observamos que el verde es el color del que somos capaces de distinguir más matices. Si esta característica se analiza desde un punto de vista evolutivo, podemos deducir que distinguir correctamente distintas tonalidades de verde producía algún tipo de ventaja. Teniendo en cuenta que nuestros antepasados primates vivían en zonas con abundante vegetación.
Por lo tanto se llega a la conclusión de que, es un sentido que surgió para relacionarnos mejor con el entorno y que los depredadores tuviesen menos oportunidades para devorarnos.