Latitud Megalópolis
Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
Tanto tiempo juntando migajas del piso, acumulando objetos, recuerdos, historias, fotografías. Alimentándonos del pasado, rogándole que no nos suelte. Tanto tiempo, inertes, escuchando ecos en la pared, observando el entorno llenarse de polvo; soportando el sonido de aquellos relojes rotos que embisten con sus alarmas.
Acumulamos hasta lo que no podemos, cargándolo todo en nuestras espaldas. El peso nos hunde, encadena. No le soltamos por miedo de perder su contenido, y no nos suelta porque su vida depende forzosamente de que alguien le recuerde.
Así, dejamos pasar el ahora, guardando el pasado en una sala personalísima que cada vez se cunde más de polvo; un museo dividido por época y por tacto, donde lo primero que se muestra al público son aquellos recuerdos que nos producen melancolía, las batallas perdidas, así como el anhelo de lo que fue y nunca será.
En sus vitrinas todo se mantiene quieto, hasta nosotros, a la espera del veredicto final sobre la ejecución de un difícil rescate, que significaría volver a ser útiles en el ahora; o, al contrario, sufrir una liberadora condena, despareciendo en el olvido.
Soltar el pasado, sacudirnos el polvo, quitarnos las telarañas, único camino para volver a respirar, para salir y vivir plenamente en el ahora.
NO SON NUESTRAS
Entre todo lo que significa estar obsesionados con el pasado, se cuelan conflictos heredados, peleas que no vivimos, pero que compramos y resguardamos dentro de nosotros. Cargamos su peso, exigimos disculpas a nombre de gente que ya murió, reclamamos el perdón de personas que sufrieron el mismo destino.
Cargamos luchas que comenzaron hace décadas, arriba de barcos; conflictos que empezaron por trozos de tela, por creerse aquella idea del “pueblo elegido”; conservamos estigmas caducos, creados por el capricho de ideólogos y fanáticos. Derribamos toda posibilidad de conciliar, aprendiendo del ayer, pero sabiendo que, en algún momento le debemos soltar.
Todos han muerto, nadie queda ya. Aquellas luchas y rencores sin sentido, sólo nublan el juicio, evitando que observemos lo que realmente importa. Nos corrompen hasta la médula, evita que veamos lo importante, vivir; asegurando la no repetición del pasado, sin que esto implique cargarle a cuestas por todos lados.
Soltar aquellas luchas y rencores que hoy ya no tienen sentido. Soltar para construir en el ahora, usando el pasado como trampolín y no como cuna. Concentrar la energía que tenemos, las pocas que nos quedan; vivir, perdonar, perdonarnos, sanar, avanzar y no detenernos por mucho tiempo.