Latitud Megalópolis
Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
Todo comenzó en la cueva. Hace aproximadamente 3.5 millones de años, cuando los primeros homínidos con pulgares, organizados en clanes, realizaban sus actividades cotidianas para solventar necesidades básicas, y en tiempos libres, plasmaban creencias en pinturas rupestres, y con herramientas primitivas, construían los primeros ritmos musicales que les permitían convivir juntos, bailar.
Desde entonces, la humanidad ha evolucionado de manera inconmensurable, pero ciertas cuestiones siguen vigentes como una arraigada costumbre, entre estas se encuentra juntarnos en nuestros tiempos libres, convivir, bailar dentro de modernas cuevas.
La música es parte natural de la humanidad, una muestra de expresión libre; un instinto que busca ser saciado de alguna forma. La música también ha evolucionado, mostrando distintas aristas que la vuelven más compleja; permaneciendo aquel deseo primigenio de volver a los orígenes, despertar los músculos, el cuerpo entero; sentir el ritmo, el movimiento.
La sinergia de lo anterior ha creado un debate inútil sobre géneros musicales, una lucha encarnada desde el prejuicio, donde unos se creen mejores que otros, simplemente por el género musical de su preferencia. Los policías de la música han anunciado la llegada del “apocalipsis”, renombrando a los cuatro jinetes como los géneros más populares de la actualidad, así como sus principales exponentes; tachándoles como perpetradores de la “buena música”.
NO SE PUEDEN COMPARAR
Pese a que los que podríamos llamar, “auditores de la buena música” lo practiquen constantemente, contribuyendo a la vana discusión, no se pueden comparar melodías de distintos géneros, simplemente porque buscan saciar un umbral distinto de deseos.
En términos generales, ciertas canciones tienen como objetivo estimular la mente, hacer que el oyente reflexione sobre cierto tema en específico; por otro lado, encontramos las melodías que despiertan los sentimientos y emociones que se encuentran constreñidas en el pecho; y también está la música que motiva a que el cuerpo se mueva, aquellas pasiones de la carne que necesitan ser saciadas.
Desde estos tres puntos cardinales, la brújula musical se orienta hacia distintos destinos, rompiendo algunas “reglas puristas” de la sociedad, compuestas desde el prejuicio, limitando su análisis al cumplimiento de su primigenio objetivo. Esta fórmula se complica cuando uno o más puntos se juntan, haciendo que la experiencia de quien escucha despierte más de uno de los sentidos.
La música es un producto humano que trasciende clases sociales, culturas e idiomas. Sólo somos espectadores que eligen qué necesidad saciar, qué sentidos despertar, qué viaje tomar, sin que este influya en la clase de persona que somos, puesto que esto último se define únicamente por nuestras acciones, no por lo que escuchemos.
FENÓMENO DEL REGGAETÓN
El reggaetón como género musical ha dominado la industria desde hace unas décadas, haciendo violentamente a un lado al rock y al pop, aunque el segundo esté tomando un segundo aire desde su nueva cara, el K-Pop, pero muy disminuido si lo comparamos con el “hijo favorito”.
Múltiples hipótesis han nacido del porqué de su éxito, yo me quedo con el hecho de que dicha conquista viene de la mano de que es música simple, que no busca que pienses o reflexiones, sino que encanta a sus consumidores por ser popular.
El reggaetón despierta de una forma masiva los sentidos más primitivos, que arrastra la humanidad desde la cueva; el baile y la sexualidad. Es básico porque necesita serlo, y pese a que suene absurdo, esta simpleza tiene su chiste.
Hasta aquí podríamos decir que el reggaetón cumple con su objetivo primigenio, pero el punto no es que lo cumpla, sino la forma en que lo cumple. Ahí es donde empieza realmente el problema, cuando replica desde sus letras, promocionales y demás, aquellas conductas que socialmente no deberían ser aceptadas por el daño que provocan en la sociedad. Conductas machistas-misóginas, volviendo la mujer un objeto; aprobando la búsqueda de dominación y el abuso de poder, por más ínfimo que éste sea.
Como consumidores le quitamos tanta importancia a la letra, nos dejamos hipnotizar tan fácil con el ritmo, que volvemos imperceptible lo que está ahí frente a nosotros, palabras que sacándolas del contexto describirían más de una escena de terror.
Un breve ejemplo de lo anterior, cortesía de Trébol Clan, dicta lo siguiente:
Si ella se activa va entrar en calor
Dale un trago, fuletea (llénala) de alcohol
Que al rato van a sentirse mejor
Música y alcohol
Loco, te lo dice el Trébol
Pégala, azótala sin miedo que no hace na’
Mírala, mírala si se ríe, le gusta
Yo le doy, tú le das por delante y por detrás
Ella va to’a
No es que no se tenga que hablar de sexo, del cuerpo, del movimiento -ése es el sentido primigenio de esta música, hacerlo como medio para provocar que la gente baile-, pero tendría que haber cierto grado de responsabilidad, una mayor creatividad en la elección de temas y palabras, no irse por el camino fácil y barato.
Esto no es exclusivo del reggaetón -también podemos incluir ejemplos de diversos géneros musicales-, pero es, junto a la música de Banda, el espacio donde se puede notar en un mayor volumen este fenómeno, que claramente genera una apología de aquellas conductas que no se han podido erradicar.
No es educar a la gente. Claramente estos géneros no tienen ese objetivo y nunca lo tendrán, pero deberían contribuir de cierta forma a cambiar los relatos y evitar la reproducción de conductas que lastiman a la sociedad.