Cómo han cambiado muchas cosas desde que yo era niño. Y, desgraciadamente, no todos los cambios han sido para bien. El progreso tecnológico, sin duda, ha significado un avance importante para la humanidad en muchos rubros, pero nos está cobrando la factura en el desarrollo y formación de nuestros hijos. Antes, nuestros padres batallaban para que dejáramos de jugar en el parque y volviéramos a la casa; ahora la lucha es inversa: hacer que suelten la tablet y disfruten alguna actividad al aire libre.
Para nuestros jóvenes también se visualizan riesgos importantes. Antes, cuando queríamos comunicarnos con alguien a la distancia había que escribir una carta, depositarla en correos y esperar pacientemente varias semanas hasta que llegara la respuesta. Todos los teléfonos eran fijos así que, en el mejor de los casos, teníamos que aguardar a llegar a la casa o la oficina para poder hacer una llamada.
Para tomar fotos era toda una odisea. Si teníamos la suerte de cargar con la cámara en un momento necesario, y que además tuviera rollo, teníamos que llevarlas a revelar y esperar varios días a que el estudio las entregara. Si queríamos compartirlas con alguien, había que solicitar más copias y enviarlas o llevarlas personalmente.
Si se nos pasaba alguna película en el cine, teníamos que esperar meses enteros a que llegara a los anaqueles de Blockbuster o de algún videoclub, darnos una vuelta, orar porque la tuvieran disponible, rentarla en formato Beta, VHS o DVD, y luego regresarla en el plazo solicitado, so pena de pagar una multa.
El caso de la música era muy similar. Si escuchábamos una canción que nos gustara en algún lanzamiento en la radio o en programa musical había que aguardar semanas o meses hasta que se vendiera el disco o el casete en tiendas de música. No teníamos opción de escoger: por una canción de nuestro agrado había que comprar las 10 canciones del álbum.
Si queríamos ir de compras había que aguantarse las ganas hasta que fuera fin de semana para ir al centro comercial, o vacaciones para cruzar al otro lado. Para conocer las noticias había que esperar al noticiero de la noche o la llegada madrugadora el periódico.
Ahora, con el correo electrónico, las cartas y documentos llegan en fracciones de segundo. Las llamadas las realizamos desde nuestro móvil, convertido en cámara fotográfica profesional. Con aplicaciones, como Netflix y muchas otras, podemos ver películas que aún están en el cine sin las molestias de rentarlas. La tecnología permite que bajemos de inmediato nuestra canción favorita, solo la que nos gusta. Compramos desde nuestra computadora y al poco tiempo recibimos los productos en nuestra casa. Nos enteramos de lo más importante al instante mediante los chats y redes sociales.
El riesgo que corren nuestra niñez y juventud es que están perdiendo la virtud de la paciencia. No saben esperar y quieren una gratificación inmediata. Eso los hace vulnerables, a valorar poco las cosas y pone en riesgo a la sociedad del futuro. Como padres tenemos ese reto. Inculquémosles el valor de la paciencia. Después de todo, no les pasará nada si esperan un día más para abrir un regalo o recibir una recompensa.