Nuestra historia compartida con Estados Unidos, que se remonta a poco más de 200 años, ha sido todo menos sencilla. Las desavenencias y conflictos bélicos que protagonizamos durante el siglo XIX siguen teniendo profundos ecos y reminiscencias en el imaginario colectivo de nuestro país, que siempre se ha debatido entre la devoción y el recelo por la primera nación de la América colonial que logró independizarse.
Alrededor de esta relación de amor-odio con la Unión Americana se ha construido toda una especie de mitología en cultura popular en torno a lo que significa para México ser el vecino de la todavía de esa nación.
Infinidad de bromas, chascarrillos, comentarios irónicos o sarcásticos, pero también estudios y análisis serios inundan la cosmovisión mexicana sobre nuestra afortunada o desafortunada, según la opinión de cada cual, vecindad con Estados Unidos.
Para amplios sectores de la población de este país, e incluso para algunos actores políticos, el rol que juega la alicaída primer potencia del mundo en nuestra historia es antagónico.
Menciono este breve antecedente porque me parece importante recalcar que aunque los traumas sociales y el pasado conflictivo con Estados Unidos permanecen en la memora mexicana, al final del día, nuestras necesidades económicas, y las de ellos también, se superponen a la narrativa de enemistad.
Y esto no es cosa menor. De ninguna manera quiero minimizar los impactos que ha tenido, para bien y para mal, el intervencionismo de nuestro vecino tanto en México como en el resto del mundo, pero creo que sí es momento de que seamos francos y sobre todo, saber leer qué momento político y económico estamos viviendo.
Le robo a Luis de la Calle una idea, y es que en el mapa global, México está en el vecindario correcto. Veamos por qué.
El auge de los nacionalismos y la ultraderecha en Europa están destruyendo los cimientos del proyecto europeo, que ya tenía un desgaste previo. Si bien Asia es un continente enorme y con regímenes políticos diversos, la desaceleración de la principal economía de esa región, China, aunado a su sistema político antidemocrático y fenómenos como la disrupción de cadenas de suministro y el nearshoring, están impactando en la competitividad de esa latitud.
En lo que respecta a África, el continente aún no ha desarrollado del todo su potencial y el atraso que padece no le permite explotar sus ventajas.
Llegamos así a América y a México.
Nuestra privilegiada posición geográfica es ya de por sí incentivo suficiente para atraer inversión. Es cierto que como país no la hemos aprovechado del todo y que si bien existe una sólida, aunque a veces no lo parezca, relación comercial con Estados Unidos, nos han faltado mecanismos, instituciones y prácticas que le saquen jugo a esa alianza con el objetivo de generar bienestar económico para todos.
Por ello me parece que ya no podemos seguir titubeando respecto a nuestra relación con el vecino del norte y entender que ambas economías están en una simbiosis muy difícil de disolver y que a ambas nos conviene permanecer unidas. México necesita a Estados Unidos tanto como Estados Unidos necesita a México. Y de repente eso se nos olvida.
Estamos viviendo momentos definitorios para el mundo y su futuro. Ante las fallas y deudas pendientes de la democracia y el capitalismo, los discursos nacionalistas, aislacionistas, xenófobos y de odio están cobrando fuerza y las únicas armas que tenemos para enfrentarlos son la unión, la colaboración y el diálogo.
Ante un mundo que parece apelar por la insensatez y el encono, como país debemos apostar por el entendimiento, por el reconocimiento de la diferencia como una ventaja, no como un obstáculo. Esta semana celebramos 200 años de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, la conmemoración debe ir más allá de la ceremonia y reforzar los ideales de las democracias liberales, esto es hoy, más necesario que nunca.