Los investigadores, señalaron que debido a que ni la CDC ni la FDA, han realizado estudio alguno para medir el balance riesgo/beneficio de las vacunas anti Covid-19 en jóvenes.
Para esto, revisaron los datos clínicos oficiales de la CDC y Pfizer, a partir de jóvenes universitarios que han sido forzados a someterse al régimen de vacunación, y haciendo un comparativo entre el número de personas dañadas con la vacuna, con relación al número de hospitalizaciones que se han prevenido, de igual forma tomando en cuenta a este sector en concreto de la población, de entre 18 y 29 años de edad.
Qué Concluyeron Los Investigadores
Los académicos, tras un análisis estadístico concluyeron que se requiren aplicar entre 31,207 y 42,836 vacunas para prevenir una hospitalización por Covid-19 en un rango de 6 meses.
Aunque quizá pudiera sonar razonable, el problema es que por cada hospitalización prevenida, se estarían registrando 18.5 reacciones adversas severas por las vacunas.
Es decir, por cada millón de dosis, se lograría evitar que 32 personas (en el caso de la vacuna Pfizer y 23 en el caso de Moderna) terminaran hospitalizadas por Covid, pero al mismo tiempo 593 sufrirían efectos adversos severos por las vacunas.
Esto, tomando en cuenta la definición de efecto adverso severo de la NIH, que señala consecuencias que pongan en riesgo la vida, provoquen una incapacidad duradera, daños permanentes, una hospitalización prolongada o bien que conlleven a la muerte; todos estos casos que ya han sucedido, y están siendo contabilizados por diversos sistemas de análisis clínico.
No te olvides: ¿La pandemia terminó en 2022?
Además, las estimaciones realizadas por los científicos, indican que por cada millón de dosis aplicadas, aunque se prevendrían 32 hospitalizaciones, se provocarían efectos adversos grado 3 en 45,756 personas, en el caso de aquellos que no han tenido Covid-19; o bien, daños grado 3 en 74,895 personas, considerando su aplicación en personas que ya han tenido Covid-19.
Las cifras respecto a la vacuna de Moderna, son aún peores, llegando a 176,433 personas con efectos adversos grado 3 (un 17% del total), con solo 23 hospitalizaciones prevenidas.
De acuerdo a la definición de la NIH, la reactogenicidad de grado 3≥, se refiere a aquella que produce una reacción severa, incapacitante, que obliga a la persona a tener que ausentarse o descansar en cama, ante la falta de capacidad para llevar a cabo sus actividades cotidianas.
Cabe señalar que entre los autores del estudio, se encuentran destacados y ampliamente reconocidos investigadores, como Marty Makary, profesor de la Universidad Johns Hopkins; el investigador de la Universidad San Francisco, Vinay Prasad; Kevin Bardosh, médico científico de la Universidad de Washington, así como la académica de la Universidad de California-Davis, Tracy Beth Høeg, cuyas investigaciones han sido elogiadas por reconocidos funcionarios como el secretario de salud de la Florida; todos ellos científicos ampliamente críticos del proceso de aplicación masiva e indiscriminada de las vacunas experimentales, pero que han evadido la censura en redes sociales, apegándose a estudios científicos publicados en revistas de prestigio y con métodos abiertos y comprobables.
Con base en las estimaciones, hechas a partir de datos oficiales, también se concluyó que de igual forma por cada millón de dosis, se estarían generando 147 casos de miocarditis o pericarditis, en jóvenes varones de 18 a 39 años de edad.
Ante tal cúmulo de evidencia, los académicos firmantes del estudio, también listaron 5 argumentos éticos, para expresarse en contra de la aplicación obligatoria de vacunas de refuerzo en jóvenes, comenzando por el hecho que la CDC ha sido negligente con este segmento de edad, y no cuenta con datos actualizados para demostrar la efectividad de las vacunas con las nuevas variantes.
Los académicos reclamaron que la aplicación masiva de vacunas en el sector joven de la población, también viola el principio médico de «antes que nada, no dañar», pues resulta en una condena para un porcentaje de la población, quien difícilmente se vería afectado por el virus, con atención oportuna y que se encuentre en buen estado de salud.
Los científicos concluyeron que tampoco es válido el pretexto de promover la vacunación como forma de evitar la propagación, ya que no hay evidencia alguna que demuestre capacidad de estos tratamientos genéticos para prevenir la transmisión.
A través de este ensayo publicado en el British Medical Journal, también se expresó desacuerdo con la obligatoridad, señalando que este tipo de actos también generan resistencia y despiertan desconfianza hacia el sector científico, al imponerse políticas con respaldo cuestionable.
Cerraron la misiva concluyendo que con base en la evidencia disponible, «es poco probable que los beneficios (de la vacuna en jóvenes) superen a los daños en un grado significativo que justifique las restricciones de libertad».
El estudio, uno de los más amplios en su tipo, no solo está firmado por prominentes científicos, también está siendo elogiado de parte de múltiples investigadores independientes, como una importante referencia para destacar un hecho importante de salud pública.
«Antes de retuitear al antiguo decano de la Facultad de Medicina de Harvard, leí cada frase de este artículo. Es persuasivo. El silencio de la profesión médica sobre la coacción a los jóvenes para que tomen una intervención médica potencialmente dañina es impactante», señaló Dr John Mandrola, connotado cardíologo de la Universidad de Connecticut y autor de Medscape.
«Un nuevo artículo sostiene con rotundidad que los refuerzos obligatorios de la vacuna COVID en adultos jóvenes (como los aplicados en muchas universidades de EE.UU.) causaron daños netos y deben considerarse contrarios a la ética. Esto no debería haber sucedido, y debemos insistir en la rendición de cuentas», señaló también Jeffrey Flier, Profesor emérito de la Universidad de Harvard.