La batalla cultural

Por: Ricardo Homs

Además de presentar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, -la FIL-, mi libro titulado “México Dividido”, me invitó la editorial Harper Collins a presentar “La batalla cultural”, de Agustín Laje, un ideólógo e influencer argentino de gran arrastre entre un sector de jóvenes que se identifican con las causas de la nueva derecha latinoamericana.

Después de leer esta obra para poder comentarla, quedan claros varios puntos fundamentales de esta nueva narrativa.

La derecha mexicana no asume su identidad como tal. Pareciera ser que formar parte de la derecha es indigno, o una identidad denigrante.

Es cierto que formar parte de la oposición no nos convierte en automático en derechistas, -como lo quiere hacer ver el presidente a sus seguidores-, con su visión simplista y maniquea de la realidad. La diversidad ideológica hoy en día es una tendencia. En política no hay una verdad absoluta.

Sin embargo, quienes comparten los valores de la derecha, -sin estar conscientes de ello-, han caído en el juego del presidente López Obrador, quien un día sí y otro también compara a sus opositores con los conservadores reaccionarios que hace casi 160 años apoyaron a Maximiliano de Habsburgo para constituir el segundo imperio mexicano.

Para el presidente López Obrador ser opositor a su gobierno significa pertenecer a la derecha y toda la derecha es traidora a la patria.

Otro tema que describe Agustín Laje en su libro es la ausencia de una narrativa convincente y seductora dentro de la nueva derecha, que sea capaz de contrarrestar el discurso destructivo de la confrontación, que practica la pseudo izquierda mexicana.

Lo que está faltando es crear una nueva cultura de respeto para las opiniones diferentes. Mientras eso no suceda, no podremos crear un proyecto de país incluyente.

Los verdaderos líderes convocan a la unidad, a la integración y la sinergia social. Los otros son simples caudillos.

¿QUIEN PAGÓ LA FIESTA DEL PRESIDENTE?

Esta marcha festiva y gloriosa del presidente se pagó con presupuesto público, como lo muestran todos los videos que circulan en redes sociales.

Los gobernadores, alcaldes, el partido MORENA y el mismo gobierno federal contrataron autobuses, tortas, refrescos y hasta la gratificación para los participantes en la marcha.

Hay cálculos de que la cifra puede estar cercana a los 1,500 millones de pesos, -pero aunque fuera menor-, la situación es la misma. Se desviaron recursos públicos para un acto frívolo y de vanidad, para halagar al presidente.

Es precisamente el dinero de los impuestos pagados por el sector productivo de todo el país el que pagó esta fiesta.

Por una parte, se habla de ahorros en el Sector Salud y en otros rubros prioritarios, así como la extinción de fideicomisos para captar ese dinero. Por otra se gasta en una frivolidad como esta.

¿Con qué autoridad moral se habla de despilfarro en INE y otros organismos mientras por una simple marcha, -innecesaria-, se gasta tanto dinero?

A final de cuentas fue un acto electorero para mostrar la fortaleza de MORENA y su proyecto, -la 4T-, para estimular el fenómeno de “la cargada”, de fuerte origen priísta dinosáurico, de los años setenta. A nadie le gusta apostarle al perdedor.

También nos reconfirma las prioridades del presidente: su proyecto personal es todo y los problemas de los mexicanos como la inseguridad, feminicidios y salud pasan a segundo plano.

El uso del presupuesto lo define.

Sin embargo, lo importante de las marchas es que estimulan la conciencia ciudadana y nos sacan de nuestra zona de confort y marasmo, en que estábamos acostumbrados a vivir quienes pertenecemos a la clase media. Los riesgos para el país nos aglutinan alrededor de un proyecto de nación.

Lo importante de esta marcha triunfal obradorista es que retrata de cuerpo entero a la 4T. No es un proyecto de nación y menos aún de gobierno… Aún no se entiendo ni qué es.

LA VISITA DE BORIC

El presidente Gabriel Boric de Chile, -durante su visita a México-, nos mostró lo que es la congruencia. No se puede hablar de democracia y voltear hacia otro lado cuando un país amigo viola derechos humanos para poder retener el poder.

A final de cuentas el gobierno de Nicaragua encabezado por Daniel Ortega no es amigo de los mexicanos, sino de este gobierno López Obradorista.

No se puede estar a favor de un gobierno que viola los derechos de la ciudadanía y aún así, pretender ser reconocido como demócrata.

No se debe confundir gobierno con ciudadanía.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró a Nicaragua “en desacato” por haber ignorado hasta el momento la exigencia de liberar a los 75 presos políticos encarcelados durante esta última elección y planteará esto a la OEA, la Organización de Estados Americanos.

Nunca nuestra política internacional había llegado al nivel de incongruencia que hoy se practica.

¿A usted qué le parece?