Hoy se cumplen 31 años de la muerte de Freddie Mercury. El que quedó cincelado en el imaginario colectivo es el de sus últimos años de apogeo con Queen, el cantante y showman que deslumbraba al mundo, el del Live Aid, las giras globales, el monstruo que llenaba el escenario, el que hacía que estadios enteros centraran su vista en él sin necesidad de parafernalia ni fuegos artificiales. Sólo con carisma, una voz que la ciencia se encargó de explicar, entrega y un manejo escénico descomunal.
En sus años más musculosos, en aquellos en que la chispa creativa de Freddie y de todo el grupo era más brillante, ni Queen ni su cantante recibieron el favor de la crítica especializada. Había algo en su teatralidad, en la combinación de potencia y exhibición, en el éxito y el riesgo que no los terminaba de acomodar en ninguno de los casilleros disponibles.
La vida de Freddie Mercury tuvo, en muy pocas décadas, de todo. Éxito, drama, amor, polémicas, sufrimiento y una muerta lenta, secreta y atroz.
El 5 de septiembre de 1946 Farrokh Bulsara nació en Zanzíbar que en ese momento era un protectorado británico y ahora es territorio de Tanzania. La familia vivió unos años en Inglaterra, otros en India hasta que regresaron a Zanzíbar. Farrokh tocaba el piano y en la escuela sus maestros reconocían su vocación.
La madre le pedía que se escondiera, que entrara por la puerta de atrás: las visitas no tenían que verlo. Unos años después, el planeta entero lo miraba y millones lo imitaban. Y la madre empezó a contarles a todos los vecinos que ese era su hijo. Él no había cambiado demasiado. La personalidad exuberante, las uñas pintadas, los atuendos estrafalarios, la vocación por hacerse notar. Los que habían cambiado eran los otros.
En 1964 una revolución en la inestable Zanzíbar hizo que los Bulsara emigraran definitivamente. Se radicaron en Londres. Allí Farrokh se convirtió en Freddie. Estudió artes y diseño gráfico y buscó bandas y lugares en los que desarrollar su vocación musical.
Hacía covers de canciones de Cliff Richards e integró Ibex, una banda que quería emular a Cream. Su compañero de habitación era Tim Staffel. Era el cantante y bajista de otra banda, Smile.
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Freddie iba a ver los shows, se sabía las canciones. Le gustaban esa mezcla de potencia y ductilidad del guitarrista y la precisión del baterista. Después de algunos acercamientos fallidos con productores discográficos para grabar el primer álbum de la banda, Staffel se cansó y renunció. Los demás, a pesar de que todavía no habían tenido demasiada suerte todavía, creían que tenían tiempo. El guitarrista, Brian May, y el baterista Roger Taylor seguían adelante. Conseguir quien cantara no les resultó difícil. El reemplazante lo tenían frente a ellos. Freddie Bulsara, el compañero de cuarto de Staffell, el que veían en cada uno de sus shows y ya les había pedido una oportunidad. Freddie se moría por cantar en Smile pero Brian May se negaba. “El cantante es Tim”, repetía (años después diría: “Tim era nuestro Sting. Pero un Sting sin ego alguno”). Aunque, ante la deserción de Staffell y la evidencia de lo que Freddie podía hacer frente a un micrófono, cambió de parecer.
Con un nuevo cantante y en busca de un bajista, la banda era otra y por lo tanto necesitaba también un nuevo nombre. Freddie fue el que hizo la propuesta. Queen, dijo. Al ver el gesto receloso de los otros, se apresuró a justificar su elección. “Es un nombre que tiene que ver con la realeza, es universal, contundente, musical, inmediato y principalmente suena espléndido”, dijo. Roger Taylor contó que al principio creyó que era una broma, que la connotación gay era demasiado evidente. Pero Freddie expuso sus argumentos seductoramente y los convenció. Fue la primera de muchas batallas que ganaría.
Freddie cambió su apellido original por Mercury. Le pareció que era más acorde a una estrella. Algo que él siempre tuvo la convicción que llegaría a ser. Una compañera de estudios, Audrey Maiden, contó que a los veinte años en cada formulario que llenaba, cuando le preguntaban la profesión, Freddie escribía músico. “No importa si no es verdad todavía, muy pronto lo será”, decía él.
El 27 de junio de 1970 Queen tocó por primera vez en público. La primera canción que se escuchó, sostienen algunos de los testigos, fue Stone Cold Crazy, que recién grabaron en su tercer álbum, Sheer Heart Attack. En ese tiempo el repertorio estaba integrado por canciones de Smile, algunas propias y varios covers (en especial del rock de los primeros tiempos: Little Richard y Elvis). Freddie Mercury demostró esa noche que tenía un carisma especial. Más allá de algunos pifies técnicos y varias inconsistencias, su presencia escénica era llamativa. No había nacido para pasar inadvertido. “Fue la primera vez que cantó con nosotros. Pero parecía que había nacido sobre un escenario. Cantaba bien, claro. Pero lo sorprendente era todo lo otro. Era mucho más que un cantante. Era un performer” rememoró Roger Taylor.
Tardaron dos años en grabar su primer disco cuyo título era sólo el nombre de la banda. La tapa, toda una declaración de principios. Un seguidor iluminando a Freddie en escena, algo de humo, el gesto teatral, los brazos levantados y el micrófono de pie en una mano. Una imagen exuberante para que nadie se sorprendiera con lo que iba a encontrar. O, tal vez, una profecía de lo que sería su carrera.
El quiebre, el momento de la explosión definitiva, en el que todo tomaría otra dimensión, llegó en cinco años después del debut con el lanzamiento de Una Noche en la Ópera. El álbum fue un suceso extraordinario. Sin lugar a dudas, lo que consiguió instalar definitivamente a la banda fue Rapsodia Bohemia, un tema que representaba al grupo de una manera cabal. Ambición, ideas, exuberancia, personalidad. No aceptaron sacar el tema como single editado y acortado. Ese debía ser el sencillo de promoción y debía durar más de seis minutos. Los ejecutivos de la discográfica consideraban un suicidio editarlo. “¿Qué radio va a pasar una canción de 6 minutos?” preguntaban. La respuesta: todas y durante más de cuarenta años. Mamma ohhh ohhh, Galileo, Scaramouche, ópera, solo de guitarra imbatible, balada, historia de un asesinato, ausencia de estribillo, sobregrabaciones: una canción inmortal.
“Desde el principio fue como su pequeño bebé. Freddy siempre supo que quiso, hacia donde iba con la canción. Nosotros sólo ayudamos a llevarla a buen destino”, contó Brian May. El riff de guitarra de May también fue ideado por Freddie. En un piano le mostró lo que quería para esa sección de la canción.
En el mismo disco hay otra gran canción firmada por Freddie que tiene una historia particular. Love of my Life una balada que algunos dicen que él escribió pensando en Mary Austin, su novia eterna, y otros que está dedicada a David Minns, el entonces manager del cantante Eddie Howell. Minns fue uno de los tantos amores de Freddie. El tema, que tiene una preciosa parte de arpa por parte de Brian May, al principio pasó tan desapercibido que Queen durante las dos giras siguientes no la tocó en sus shows en vivo. Luego de un nuevo arreglo de May, en el que Freddie con el piano y él con la guitarra quedaban solos en el escenario se convirtió en una de las favoritas del público. Taylor contó asombrado como en Argentina esa fue una de las partes más emotivas de sus recitales. La canción -y su versión en vivo- ya eran conocidas porque estaba incluido en Live Killers.
En 1985 Freddie comenzó una relación con Jim Hutton, su última pareja. Con él , alejado definitivamente de Prenter, ya con el diagnóstico de la enfermedad (que en ese momento era una certera sentencia de muerte), Freddie se refugió en el trabajo y en su grupo. Los últimos años grabaron frenéticamente. Todos sabían que quedaba poco tiempo.
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La Rolling Stone llegó a decir que Queen fue la primera banda verdaderamente fascista. Acusaban a Mercury de ser un Jagger clase B. Al público poco le importaba.
¿Cuál era el género de Queen?
Incursionaron en el Heavy Metal, en el vaudeville, el pop, lo operística, la balada, el glam y una decena de estilos más. A veces intentaban hacerlo todo a la vez. Bordeaban la frontera de lo bizarro pero (casi) siempre superaban el desafío a fuerza de talento, desparpajo y una demencial confianza en sí mismos. El encanto de lo excesivo representado en la magnética figura de su cantante. Pero no sólo se trató de la inmensidad escénica de Mercury.
A fines de los ochenta el deterioro físico de Mercury era evidente. Perdía peso y energías y sus apariciones públicas eran cada vez más escasas. Los rumores sobre la salud de Freddie se amontonaban en los diarios. En agosto de 1991, mientras los periodistas buscaban que alguna enfermera les diera información sobre la salud de Mercury, se les pasó una noticia que hubiera ocupado la primera plana de los diarios sensacionalistas por varios días. Paul Prenter había fallecido como consecuencia del SIDA. Solo, abandonado, sin dinero y sin siquiera conseguir la atención final de la prensa que buscó con denuedo.
Tres meses después, el 23 de noviembre de 1991, el agente de prensa de Freddie Mercury dio a conocer un escueto comunicado que confirmaba los rumores y los peores temores de los fans: “En virtud de las enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.
No hubo demasiado tiempo para conmociones. Era otra época y las noticias corrían más lento. Al día siguiente, el 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury moría en su mansión.
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